Activismo como irrupción de un Decir silencioso

Cuando exponer lo que se denuncia como una injusticia debe instalar, de hecho, la noción misma de su existencia, los que se manifiestan componen una amalgama inevitablemente bordeada por esa injusticia no reconocida como tal. La costumbre -la ética- y las normas se expresan larga y profusamente avalándola. Las puertas que conducen al daño institucionalizado y a la indiferencia están siempre abiertas cuando la casa está construida con el animal-objeto como recurso. Muestran su condición de tal al ser asignados a su función de cuerpos consumibles o consumidores.

El activismo abolicionista/liberacionista -entiéndanse ambos términos sin conceptualizarlos estrictamente- que logra mostrar el rostro de ese Otro cuyo “rostro” se ha negado, inquieta en su aparente quietud. Como no hay reclamo inmediato que incite a la manera de una reivindicación propia de la protesta social, corre el peligro de entenderse como propuesta meramente individual. Pero la lógica de su planteo y la urgencia de la situación ya no admiten conjugarse en tiempo futuro. No se explica tampoco si no es dentro de un cambio eco-social profundo. Minoritario, desmedido  solo en su contraste con la desmesura de la esclavitud animal, irrumpe con obviedad en ese Decir silencioso inscripto sobre el grito de socorro de los que no tienen voz política para su propia lucha. Cualquiera que fuese su protesta, nunca podrá dejar de coincidir con un pedido de liberación de la opresión, el sufrimiento y la muerte.

Apuntado en esa difícil síntesis que exige el afiche, el folleto o la bandera, el mensaje se abre a la alteración tanto como al interrogante reflexivo, a la tergiversación tanto como a la ampliación esclarecedora. Su remisión a otros textos volcados al papel o a una virtualidad cuidadosamente tallada a mano, esclarece y profundiza.

Las preguntas se pueden suponer en el transeúnte apurado. Se pueden advertir en el que solicita folletería. Se imaginan con facilidad en el ciudadano promedio, circunscripto por la ética minimalista que acude ante la crueldad o el abuso extremo. Maltrato y crueldad penalizadas con tibieza, desatendidos por la aceptación de su secundariedad en relación a los humanos, y amordazados por las interpretaciones judiciales. Las preguntas se pueden adivinar incluso en los gestos, las sonrisas y las miradas inexpresivas.

La irrupción de un conjunto de activistas puede poner en entredicho el actual derecho humano a usar de los otros animales, cuando logra otorgarles presencia. Cuando les representa. Tiene la posibilidad de herir la insensible razón -la Razón- recordando que la opresión está permitida pero no es obligatoria. La responsabilidad por el Otro deviene totalmente nuestra. Suya, tuya, mía. En esta fisura está enraizándose el veganismo.

Cuanto más liberada de su portador, más podrá la idea receptarse desprovista de ruido. Más podrá abrirse la fisura y el rizoma extenderse y las plantas brotar. Así deberá ser esta irrupción para producir tal impacto. Con un activista desalojado de sí mismo como determinada persona, percibiendo el ritmo de sus compañeros y uniéndose en la acción, el mensaje se empodera haciéndose más amplio y más profundo. Trasciende su particularidad, incluso la que daría cuenta de su hacer/decir como defensor individualmente considerado. En esos momentos se concentra con solidaria pre-ocupación en aquellos  por los que solicita un cambio de pensamiento y relación. Este es quizás el mayor logro de un grupo que no aspira a crecer como institución si no a hacer crecer las ideas, cuestionando las instituciones de explotación existentes. No es fácil, aunque parezca sencillo portar un cartel. Curiosamente, esta subsunción en la filosofía del grupo que representa, lo independiza de las abundantes distracciones que hoy se ofrecen al ego y que tanto colaboran para mantener la actual condición de los animales no humanos.

Compartir
Scroll al inicio