Ellas (y ellos) saben

anima-marcado-sin-esclavitudDespués de largas y duras horas de transporte, aprisionadas unas contras otras más lejos que nunca de la vida, ellas saben. Y yo sé que ellas saben. Acaso por el calor abrasador que desde arriba les llega quemándoles la espalda y el rostro donde el miedo se derrama en una lágrima… O acaso por el hambre y la sed que irrumpe en la debilidad de sus patas.

Esperan, exhaustas.

Si desesperan, reciben el terror acrecentado con la descarga “humanitaria.” Entre rumores de cálculos y planillas, los hombres ignoran la insolación y la asfixia, la extenuación y los hematomas. Y llegan más camiones izando sus banderas de barbarie, distraídos, como si fueran a un desguace de chatarra. Se están mirando entre ellas, rodeadas de halos de indiferencia humana. Ciegos y sordos, trabajando como obreros de las parcas, despliegan su lenguaje de “cabezas” en un diálogo de medio muertos, porque estar muerto es no sentir y por ellas, al menos, no sienten nada.

Después de largas y duras horas de espera en el mismo camión estacionado junto a réplicas de idéntica tragedia a su lado, otro viaje de agotamiento y agonía las llevará hacia el matadero. Asistentes obligadas de su propia destrucción, se alejan así a diario en esa repetición alucinada del absurdo.

Mientras escribo estas líneas reducida al pulso apagado de la tristeza, me golpea la última foto donde quedó plasmada su mirada. Somos responsables de las masacres diarias de ellas y ellos en las cientos de formas que inventamos para usarlos. Si la “razón” –o algún tipo especial de razón– nos caracteriza como humanos, más nos valdría volvernos insensatos.

Hay una luz de febrero en sus ojos.

Ella está ahora aquí, para que no olvidemos, hablándonos con su mirada: Ficción y realidad

Compartir
Scroll al inicio