Exponiendo lo que nunca estuvo oculto

Hay quienes creen –y bien que nos lo enseñan− que el elefante o el zorro confinado en los estrechos límites de los barrotes, del foso o del alambrado, representa la vía de acceso al conocimiento de todos los elefantes, de todos los zorros… y siguiendo este derrotero simplista, de todos los animales no humanos. Les parece entonces educativo ir a conocer a ciertos prisioneros −llenando también el tiempo de la distracción o del paseo−, llevándose luego los datos de esa entelequia llamada especie que tanto interés ecológico despierta cuando está “en peligro de extinción.” Desde lo ecológico, los individuos violentados o torturados, o los que están en peligro de ser asesinados, no despiertan preocupación ética si hay otros para su reemplazo, una postura que nunca aceptaría un defensor de los derechos animales. En el ángulo eco versión antropocéntrica alivianada, aparece el cuestionamiento al encierro “grotesco” del animal salvaje, como consecuencia de lo reducido del ámbito o por la falta de “enriquecimiento ambiental.»

Recuerdo hace muy poco una escena. Tengo a mi lado la entrada al zoológico de la Ciudad de Buenos Aires, forjado al estilo victoriano como exhibición carcelaria de fieras exóticas destinada a entretener y educar a las llamadas clases populares. No importa cuánto dinero se haya destinado, principalmente desde los ’80, para reformularlo. Falta socavar su propia existencia. Mi mirada trasciende los dominios de la prisión. Tomo distancia y observo: un caballito  humillado, otro obligado por mil riendas a tirar de un carruaje, el cuerpo de una vaca sobre una parrilla, las botas y la campera hechos con el cuerpo de otra… ¿Cómo pensar en el “problema del zoológico” sin pensar en la vida sufriente oprimida y destruida en tantos otros lugares, quebrando así el vacío de una omisión?

Inserto abajo un cuarteto con imágenes recientes de lo que, aunque nunca estuvo oculto, transita a través de una zona ciega para los transeúntes urbanos, incluso para los que cuestionan la existencia del zoológico. Y a continuación un segundo cuarteto, con recintos del zoológico de Mendoza visibles desde afuera, integrado con tomas de octubre del 2010. Ambos ilustran bien que el “problema del zoo” es el mucho más vasto problema de nuestra ciega mirada hacia la animalidad no humana. Descubrir al individuo vivo o muerto demanda observarlo como integrante de la especie a la que pertenece(mos): la especie de los seres sintientes. Descubrirlo inevitablemente nos demandará liberarlos de nuestra dominación.

Exponiendo lo que nunca estuvo oculto. Buenos Aires.

Zoológico de Mendoza, octubre de 2010.

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