La manipulación del lenguaje

«… el objetivo de nuestra cruzada no debería ser tanto el de transformar a nuestros
oponentes (quienes por las incapacidades y limitaciones de sus facultades, nunca pueden
ser realmente transformados), como el de convertir el confuso problema en algo claro,
y por lo menos distinguir sin error a nuestros enemigos de nuestros aliados.»
Henry S. Salt, 1892

 

La oleada de declaraciones y proyectos a los que apelan quienes mantienen la infravaloración y esclavitud del animal no humano sustenta un lenguaje pensado para crear una realidad que es todo lo contrario a lo que la auténtica realidad denunciaría. Como si los animales usados fueran culpables de algo, la dominación parece sugerir aquello de que, si los usamos, “por algo será.” Las cadenas a cortar son muy resistentes, y me refiero a las humanas. Sus eslabones están sostenidos por un lenguaje anti-derechos animales que tiene aristas similares a las del lenguaje anti-ecologista. En el primer caso, porque primero están los humanos –fortaleciendo así una idea de jerarquía que lleva al cadalso a los de abajo y que ha sido y es la generadora del problema–. En el segundo caso, porque primero está la Humanidad –en su restringido concepto–, que tendrá que seguir la vía del Progreso aunque no tengamos ni aire para respirar. De última, se fabricarán máquinas expendedoras de oxígeno a un peso la hora. Bien se sabe que la propuesta del consumismo puede convertir cualquier deseo –incluso el hegeliano– en mercancía vendible.

Entonces, solo por ese especismo tan conveniente al uso del ser animal como cuerpo-recurso sin alma es posible pasar por alto la calidad de verdugo del que mata por una ganancia pecuniaria. Desprovistos de culpa “porque son animales”, los ejecutores se manchan con sangre ajena sin caer bajo la acusación de homicidio y sin que aparezcan los espectros de sus crímenes en el horror de alguna pesadilla.

Pero parece que no es tan así, según dan cuenta estudios psicológicos realizados a los matarifes y otros empleados de las industrias o actividades de exterminio animal. Parece incluso que los veterinarios bienestaristas, delegando la tarea, quieren evitar la ruina de su corazón tan blanco. Atribuyéndose competencia para decidir sobre la vida y muerte del animal no humano, aceptan delegar el proceso de matar en humanos sin título de veterinario. Que la hagan otros, porque hace mal, incluso cuando se hace “por el bien del paciente.”

¿Hace mal?  Entonces, si matar a otro ser sintiente hace mal –sea animal humano o no–, quienes defendemos a los animales no humanos estamos luchando también por el mejoramiento de la condición humana. Dicho brillantemente en la frase que afirma: liberación animal es liberación humana.

El lenguaje anti-animalista manipula los conceptos trastocando el propósito y causa de la defensa animal. La idea es que está bien la compasión para las “bestias”, pero sin olvidar que son “solo animales”. Lo que permite la justificación de la reducción a esclavo del ser animal, cuyo principal sostén proviene de negarle un valor per se, simplemente por su calidad de Otredad animal. El no humano sólo vale según su precio como medio para los fines de la especie dominante. Como toda mercancía, tiene un precio manejable según las necesidades del productor de la misma. Los parámetros son los mismos que los de una sociedad esclavista.

Contemplar la necesidad de evolucionar hacia un mundo donde la muerte de miles de millones de animales no humanos deje de ser un rito cotidiano es una postura herética, porque aquí el concepto de “asesino”, para definir a quien mata a otro, desaparece. Defenderlos es de herejes, exagerados, cuando no utópicos: los anti animal-rights se debaten entre el ataque centrado en la sensibilidad exagerada y la defensa basada en la sospecha paranoica. La táctica es impecable. Así, los explotadores de los animales no humanos manipulan los conceptos haciéndose pasar ante el público por cuidadores de humanos –“antes que nada”– y animales –después de todo–. ¿Cómo no apreciar que ellos participan del bienestar animal? En la velocidad de las cosas, dueños de los medios de información y presentes siempre en la enseñanza oficial por su condición de políticamente correctos, enfocan los reflectores hacia su propio escenario económico, ocultando el derramamiento de sangre, la tortura y la muerte necesarios para el montaje. No de casualidad las multinacionales de los transgénicos repiten palabras como “defensores de la ecología” y “desarrollo sustentable” en relación a sus productos genéticamente modificados. Como si no hubieran contaminado el agua, el suelo y la cadena alimentaria de todo el planeta con herbicidas y otros tóxicos vendidos como biodegradables. ¿Qué daño puede significar el perder un juicio por fraude publicitario –porque ¡ay!, no era biodegradable en absoluto– a sus miles de millones de ganancias anuales? El discurso medioambiental convive con el de los que hace tiempo, en EE.UU., están apoyando el derecho a contaminar. ¿No es lo mismo que el derecho a matar que exigen los cazadores? ¿No se parece al derecho a la utilización del animal como recurso “fácil, sencillo de criar y ecológicamente sustentable”? “Queremos más a los humanos…” “Velamos por el planeta…”, dicen los anti-derechos animales. Y suena muy parecido a la acusación, por parte de los fabricantes de semillas transgénicas, de que los opositores son “criminales contra la humanidad”. ¿Acaso ellos no inventaron un “alicamento” (organismo genéticamente modificado con propiedades medicinales) que puede evitar la ceguera de tantos niños por falta de beta caroteno? (zanahorias o mangos son alimentos demasiado sencillos para tenerlos en cuenta) ¿Qué buscan los zoológicos sino la conservación de las especies y la educación de los niños? ¿Acaso los experimentadores seguirían torturando animales, pobrecitos, si hubiera alternativas a esta desgracia “inevitable”? ¿No es acaso que “no hay fondos” la razón por la que los municipios no aportan recursos para cuidar y proteger a los animales en situación de calle? ¿Qué significa el dolor del toro al lado de las tradiciones de sangre que todo conservador debe respetar? ¿No son “ecologistas” los que confeccionan ropa con animales de criadero? ¿La crisis no justifica la caza para vender el animal muerto como carne y piel ya que no hay ley que lo prohiba? ¿No crean causas corporativas las multinacionales que experimentan en animales, para ayudar a chicos argentinos con bajos recursos, ocultando con una buena acción bien publicitada las miles de aberrantes acciones que mantienen convenientemente suavizadas bajo el mote de “primero los humanos”, como si realmente fuera un caso que demandara la opción? ¿Qué hacemos nosotros –dicen los viviseccionistas– que no sea en pos de la humanidad? ¿Qué hacemos nosotros –dicen los funcionarios “eutanásicos”– sino velar por la salud pública y el fortalecimiento del turismo?

Pero no vamos a creer que son insensibles e inhumanos. Los anti-derechos animales son chicos buenos y sensatos. Están a favor de la sanción de leyes que velen por el bienestar animal. Es más. Son ellos mismos los que luego, como integrantes de las instituciones que controlan la esclavitud animal o como miembros de comisiones y sociedades bienestaristas, se encargan, con esmero, de aplicarlas.

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