Activismo y estilo de vida

Concordar con la ética de los derechos animales abre un arcón colmado de preguntas. Ciertamente, no es la posición de quien «quiere» o le «gustan» los animales y lo demuestra mirando Animal Planet mientras come una hamburguesa o entrenando a su perro para salir de caza o paseando por el zoológico envuelto en un abrigo de piel. Se trata de reflejar, en el modo de vivir, la ética de respeto que propicia hacia todos los seres sintientes.

En una sociedad cimentada en la explotación, para ser tomado en serio y ser coherente con su propio discurso, un defensor de los derechos animales ajustará su estilo de vida, lo que en ciertos aspectos supondrá cambios radicales y, en otros, una gradual modificación, especialmente en países como Argentina donde no hay todavía abundancia de alternativas en algunos campos. No es necesario tirar lo ya adquirido, pero sí estar atento al salir de compras de aquí en más. Demandar artículos libres de explotación animal produce transformaciones en el consumo. Las empresas y el comercio —que necesitan algo más que apoyo moral— desplazan entonces su actividad para responder a tales requerimientos. No es dable esperar cambios legislativos importantes en ciertas esferas, por lo que en las mismas, la elección a través del consumo y la divulgación de los temas relacionados con el sufrimiento animal son los terrenos más fructíferos donde sembrar.

Las críticas a los defensores de los derechos intentan rotular como de “extremistas” o “absurdas” estas propuestas de cambio, porque obligan a la gente a pensar en la propia contribución al sufrimiento de otros y a replantearse en su conjunto la relación con el animal no humano. Parecería, por el contrario, que el absurdo resulta de considerarse inteligente, humanitario y civilizado y sostener, no sólo la tortura y la muerte de millones de seres, sino la nuestra propia y la de las generaciones futuras, a través de esta forma destructiva de relación con la naturaleza toda. A menos que estas cualidades tengan otro significado cuando se trata de seres no pertenecientes a la especie humana. Absurdo entonces, entendido como ausencia de razón. “En la guerra y en la paz, en la arena o en el matadero, desde la lenta muerte del elefante, vencido por las hordas humanas primitivas gracias a la primera planificación, hasta la actual explotación sistemática del mundo animal, las criaturas irracionales han experimentado siempre lo que es la razón” [Dialéctica de la Ilustración. Apuntes y Esbozos. M. Horkheimer y T. Adorno. Editorial Trotta.] Cuando dejás de comer animales o de usar vestimenta con piel de animales o de ir a un circo donde se usan animales en el espectáculo, no perdés un segundo de la vida ocupándote de ellos. Simplemente, dejás de contribuir al problema. Es una postura lógica, coherente con la ética y la justicia que defendés y que, aunque circula en los límites del ámbito privado, tiene importantes consecuencias, no sólo en lo personal sino también en lo social. Ayudás a producir un cambio. Creás un clima a tu alrededor. Impactás en la atrofiada sensibilidad de la mayoría que se horroriza ante el sufrimiento humano porque es políticamente correcto pero que, o no hace nada por nadie, o es parte del sufrimiento animal o se niega a reconocer que el dolor animal importa sin importar quien lo sufra. Las elecciones en el propio estilo de vida hacen a la ética. El activismo arrastra hacia otras playas. Por ejemplo: hacer proselitismo —diseminando las ideas de los derechos animales— y/o unirse o contribuir al trabajo de grupos ya formados o involucrarse en políticas, hechos o leyes o actuar en forma directa por los derechos animales. Cuando pedís a los legisladores la abolición de la vivisección estás también cuestionando el absurdo de que la misma sea ilegal en un humano con muerte cerebral y legal en un primate sano y pleno de vida. Estás también reclamando una medicina más científica —que estudie las causas de las enfermedades humanas en vez de ocultar sus síntomas con drogas—, medidas de sanidad pública y programas para impedir la contaminación del medio ambiente y de los alimentos, causa de muchas e importantes enfermedades. Estás también exigiendo la aplicación de los modernos métodos de experimentación que no sólo no torturan a seres sintientes sino que significan una aproximación más segura y profunda al conocimiento del humano. Sintetizando: no sólo estás hablando de animales. De aquí se podría ingresar, entonces, en terrenos análogos a los denominados mecanismos informales en el campo de los derechos humanos. Estos desconocen la acción legal —incluso a veces están prohibidos— pero alcanzan una férrea legitimación debido al consenso ético social que los ampara. Se caracterizan por la no-clandestinidad y la no-violencia. Así tenemos: la no-cooperación; la denuncia; la desobediencia civil —concepto acuñado por Henry D. Thoreau pero que, a diferencia de éste, no cuestiona el sistema sino sólo ciertas normas—; la actividad de las organizaciones no gubernamentales (O.N.G.) y la elaboración por parte de diversos juristas de un derecho alternativo al positivismo imperante a partir del Código Napoleón. Dentro de otro marco, y como en todo movimiento social antiesclavista, ciertos grupos acuden a la acción directa ilegal, que en el caso que nos ocupa incluiría la liberación de animales sin ejercicio de violencia contra las personas y con incidencia sobre los cimientos claves de la esclavitud animal.

Pero cualquier acción que cruce el puente más allá del ámbito privado, se ensombrecerá si no se sustenta en una forma de vida que termina siendo, también, identidad personal. Una que implica a veces marginación pero que siempre es vivida con orgullo, como un sello de pertenencia al movimiento de defensa de los millones que no pueden hacerlo por sí mismos y cuya culpabilidad o inocencia nunca está en juego: todos son inocentes.

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