Creando necesidades innecesarias: la invasión láctea

12-11-07

Dada la notoria publicidad de productos lácteos a la que asistimos diariamente los argentinos, resulta interesante analizar las consecuencias de esta irrupción masiva de productos animales provenientes de la explotación de vacas y terneros al ritmo del pesado negocio light. Sin olvidar que no es la única especie a la que se explota para obtener esta secreción que está naturalmente destinada a los recién nacidos de la propia especie.

Los yogures y postres de bajas calorías están entre los productos que acompañan las dietas para adelgazar y se han convertido en un negocio que mueve cifras millonarias. Cuando el grupo multinacional de origen francés Danone compró la línea de yogures y postres de La Serenísima, la estrategia de venta apuntó a dinamizar la línea Ser, que además significó la inclusión de agua mineral saborizada. El consumo de estos lácteos aumentó a diario y, decididamente, tal como surge de los estudios de las agencias de publicidad, fue la empresa la que creó la demanda del producto, apelando en principio al conocido recurso de que lo promocionen ciertas celebridades. Danone se ha ganado un premio de honor por haber creado un nicho de mercado que no existía antes de su intervención en el rubro.

De esta manera, el argentino es educado a diario en la idea de que productos como Actimel o Danonino son los alimentos más avanzados que puede tomar alguien que “se cuida”. Apenas se nota en las propagandas, por la manera ambigua de comunicarlo, que la bacteria L casei del Actimel, surgida como medicamento para los pocos casos en que el organismo humano no la produce -y ahora adicionada a este producto-, no debería consumirse por más de 15 días, bajo riesgo de que nuestro organismo se olvide de producirla para siempre. La propaganda solo dice que la probemos por 15 días, para cumplir así con las normas de defensa del consumidor. Es una sugerencia que invita a pensar: “hágalo así y verá que bien se siente”. La empresa niega que no pueda consumirse sin límites temporarios.

El éxito de esta campaña fue arrasador. Silenció el estudio de la facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA según el cual el 90% de la leche maternizada contenía plaguicidas, muchos de ellos absolutamente prohibidos en todo el mundo. Vida sana tomando venenos. Eso sí, venenos que no engordan. Por supuesto la cámara que nuclea a las empresas lácteas desmintió este estudio. Pero han aceptado la existencia de una planta láctea dedicada exclusivamente a la exportación, adecuada a las altas exigencias de EE.UU. en cuanto a presencia de tóxicos en los lácteos. [1] Para el primer mundo, otras normas.

Como Argentina es uno de los principales exportadores a nivel mundial, Danone aprovecha esta coyuntura. Inversión alta, ventas crecientes, difusión de costumbres. En España presentó a mediados de 2007, junto a la Fundación Española para el Corazón, una leche que, “dentro de una dieta saludable”, ayuda a bajar la presión. [2] Ni hablar del yogur que embellece la piel, línea yogur cosmético, el niño mimado de este año. En Argentina crearon un biorreactor para elaborar una leche que tiene 75% menos de colesterol. El consumidor, mientras tanto, cercado por la publicidad y la invasión en los puntos de venta que frecuenta, compra salud, belleza e inmunidad. Los problemas de salud que acarrean la leche y sus derivados se van sorteando: se le saca la grasa, se le saca la lactosa, se diluye, se recicla, se pasteuriza, se adiciona. No han necesitado hasta ahora reducir la proteína de la leche, la caseína, porque sus consecuencias malsanas aún poco se conocen, como tampoco la influencia nociva en todas las glándulas y estructuras corporales y hasta en los estados anímicos. Las vacas son ya manipuladas genéticamente para que produzcan leche light, con menos grasas, más omega3, medicamentos y muchísima más esclavitud. Lo único que es imposible sacarle a este producto animal vendido como lácteo, y que ya no tiene nada que ver con el original, es la explotación, el sufrimiento y la muerte de madres y crías no humanas en un ciclo de eterno retorno.

Todos los nutrientes que pueden encontrarse en el producto lácteo se hallan también con creces en cantidad de vegetales: brócoli, perejil, berro, algas, tofu, sésamo, almendras, higos secos, etc. La carne y los lácteos son parte de un mismo gran negocio. La única manera de generar la demanda de productos sin contenido animal es dejando de consumir productos cuyos beneficios nutricionales pueden encontrarse en los vegetales. Estudios han demostrado incluso la conversión de ciertos minerales en otros en la biodinámica nutricional. Una dieta vegana con vegetales sin agroquímicos y bien balanceada es la mejor forma de mantener sano el sistema inmunitario.

Comer es, además de un acto tendiente a paliar el hambre, un hecho cultural, y las empresas bien lo saben al invertir en publicidad. Compromete el placer gustativo, la estética del plato y las implicancias emocionales con que se asocia el alimento. Cualquier alimento proveniente del sufrimiento, manipulación y muerte de un animal no humano, de su explotación y de la de su descendencia es un bocado amargo. Estimular su consumo genera más inversiones en el negocio. Pero cierto es que una publicidad no está hecha para informar, aunque pueda también contener información. Está hecha para inducir al consumo masivo de un determinado producto. El humano alcanzado por ella se aleja de poder tomar decisiones racionales, bajo la influencia emocional de la misma. Y así pasa a “ser hecho” por estas influencias. Un consumidor consumido. Un ser sin libertad.


Notas:

[1] Federosky, Sergio. El medio ambiente no le importa a nadie, Planeta, 2007.
[2] Disponible en: http://www.portalechero.com/ver_items_descrip.asp?wVarItem=1110, junio de 2007.

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