Derechos animales, ciencia y vivisección

derechos-animales-ciencia-viviseccionAl considerar a los otros animales como fines en sí mismos y respetarlos como individuos sintientes, los incluimos en el círculo de nuestra plena consideración moral. Cualquier defensa que hoy se haga de ellos y ellas debe forzosamente iluminar estos espacios éticos para transformar el paradigma vigente que acepta su uso como objetos, sea que aparezca signado por un cartesianismo obsoleto o lo haga con un reconocimiento de sintiencia de alcances minimalistas ajustado a la continuidad de la dominación humana.

Voy a partir de una base: no cabe duda de que los animales no humanos deberían dejar de ser utilizados –cualquiera sea su uso– por cuestiones de índole ética. Tampoco hay duda, entonces, de que los otros animales no cobrarán valor intrínseco porque tengamos problemas de salud al ingerirlos o porque la cría intensiva para alimentación sea un gran contribuyente al cambio climático, o porque la extrapolación de datos obtenidos de un sujeto torturado en un laboratorio a un humano resulte nefasta en mayor o menor medida.

Luego: es posible que un defensor de los otros animales se abstenga o tome partido a favor o en contra de la experimentación en animales desde el punto de vista científico. En tal caso, aún considerándola necesaria o considerándola útil en algunos casos, se aviene a condenarla. Puede, si quiere, hacer un punto aparte. Pero otros defensores continuamos el tema agregando nuevos párrafos, al participar de la postura de la antivivisección científica, rechazando el uso de animales por razones éticas y científicas. En ambos casos, los defensores de los animales humanos nos oponemos a que se usen los otros animales como objetos –y, por lo tanto, como objetos de experimentación–. Como este es el único ámbito donde quienes usan a los animales no humanos declaran la necesidad de hacerlo “a su pesar”, en el primer caso los defensores son puestos rápidamente contra la pared y llevados a elegir entre su hijo o su perro. Más allá de que este argumento emocional pueda también ser éticamente rebatible, el hecho es que con el modelo animal aplicado a la medicina humana se tratará de su hijo tanto como de su perro, de los hijos y los perros de los demás y de usted mismo. Igualmente sucederá al testear en otros animales sustancias de todo tipo, muchas de las cuales hoy se reconocen como venenos que generan enfermedad y muerte.

Dado que siempre se experimentó en otros animales, el hecho de que algunos descubrimientos médicos provengan de estos procedimientos no significa que no pudieran haberse obtenido de otro modo. Por lo tanto, este no sirve como prueba de los supuestos beneficios obtenidos por la experimentación con animales. Lo que sí es cierto es que el modelo animal y el testeo de sustancias en no humanos ha traído y trae consecuencias dañosas a los humanos. Y que, al estancarse en este error, se distraen los recursos necesarios para lograr un cambio de paradigma científico que abandone el hoy vigente, del cual es parte el animal “de” laboratorio. Una industria, tan rentable, además, como cualquier otra, apoyada por los grandes intereses que la subsidian con la chapa académica de los científicos viviseccionistas, los técnicos en laboratorio que se han capacitado para manejar todo tipo de bioterios, las organizaciones y escuelas médicas, las agencias estatales, los veterinarios que “cuidan” el bienestar de los animales utilizados, los productores de animales naturales o modificados genéticamente para uso en experimentación, la industria de las jaulas y el alimento balanceado, etc. El equipo viviseccionista y su séquito de servidumbre han instalado en el público la idea de que accionan “con todo cuidado y con la menor cantidad de animales posible.” Se hace, a no olvidar, porque es “esencial para la humanidad.” Por lo tanto, sólo podrían cuestionar estos procedimientos locos y suicidas. Así serán catalogados quienes no entiendan que los animales usados no son mutilados, enfermados y asesinados sino sujetos a procedimientos de control, inducidos a determinados síntomas y puestos a dormir. Se hace en nombre de la humanidad, así que será una obra de bien público ayudar a los científicos viviseccionistas. Los tendremos entonces reclamando más fondos y normas de bienestar “para que no se dañe a más animales que los necesarios.” Las tres “Rs” por ellos ideadas (reducción, refinamiento y reeemplazo) son apoyadas por quienes consideran que hay que seguir experimentando en animales no humanos. Y la industria de los “animales de consumo” aplaude estos procedimientos en pos de optimizar el lucro que obtienen de su producción de cuerpos comestibles.

En «Experimentación en animales. Antivivisección científica. Introducción», resumí los aspectos centrales del tema, los cuales fueron explayados con mayor profundidad en Veganismo. Práctica de justicia e igualdad.

En el presente artículo voy a focalizar en otro aspecto importante: el que hace a las relaciones de la ciencia con el poder y a la construcción del conocimiento.

Las declaraciones de los viviseccionistas se asemejan a la de los científicos que se escudan en la neutralidad de la ciencia para declarar que el conocimiento tecno-científico se desarrolla al margen de la praxis. El contexto histórico no lo contaminaría. El método científico que aborda la experimentación con animales hecha “en beneficio de la humanidad” representaría así la única manera de corroborar una verdad cuyo resultado se erige, no sólo como la única posible, sino como un conocimiento neutral donde el sujeto “encuentra” una realidad objetiva sin haber participado en la formulación de la pregunta que lo llevó a obtener ese determinado resultado. La idea de progreso decimonónico sustenta este disfraz de neutralidad y asume el control del saber… pero también de su aplicación práctica. Esto último se observa especialmente cuando nos fijamos en quiénes financian la investigación médica y en cuáles son sus objetivos. Es que el conocimiento científico es una parte integrante de la empresa científica y, por lo tanto, no es sinónimo de saber. Pero no sólo son los intereses económicos, políticos y sociales los que forman parte de la trama, sino también los juegos de poder que determinan la producción de un determinado tipo de conocimiento y que no son ajenos al discurso de la verdad circulante.

El primer gran afianzamiento del uso de no humanos para experimentación surgió cuando la revolución científica dio sus primeros pasos como proyecto que aunaría ciencia con poder para favorecer al empresario europeo surgente. Los no humanos tienen que pasar a ser vistos como carentes de inteligencia, conciencia o sensibilidad suficiente: la mecanicidad de los cuerpos sin alma es funcional a su explotación comercial y, en general, a cualquier interés económico.

Sir Francis Bacon entendía que la ciencia debía partir de una interpretación materialista de la naturaleza. Auguró el nacimiento de “una raza bendita de héroes y superhombres” que él crearía para dominar a la naturaleza. Bacon –cuya complicidad con los abusos del rey para mantener su posición política privilegiada lo llevó a un juicio donde por unanimidad fue declarado culpable de corrupción y condenado a severas penas– no veía en el mundo natural a la reverenciada Madre Naturaleza, sino a una hembra a quien dominar a través de la autoridad y la apropiación. Legitimó un esquema mecánico de la misma, un conjunto de piezas movidas desde afuera –sin ningún principio interno que la animara – que cimentarían la revolución científica, patriarcal y dominante. Esta concepción del conocimiento es nueva en la Historia de la Humanidad. Se distingue fundamentalmente por ser fuertemente experimentalista y con un fondo absolutamente utilitario.

Esta Ciencia, la medicina a la que se asocia, la economía y el Estado Moderno, se fundaron sobre las cenizas de un asesinato en masa: la caza de brujas, orgía de violencia contra las mujeres cuya sensualidad y contacto con plantas y animales resultaba evidente.

La Modernidad dio la bienvenida al método científico empírico cuyo nexo con la tortura de brujas fue ya claramente demostrado por Carolyn Merchant. Destrucción de la integridad del cuerpo femenino y del cuerpo de la naturaleza. Definida entonces como exterior, diferenciada e independiente del humano, la Naturaleza sería desacralizada progresivamente y sobre ella se impondría el orden de la Razón. El método científico moderno presenta un experimentalismo caracterizado por ser: 1) exploratorio: buscará nuevas explicaciones para cuestiones ya conocidas y explicadas, abriendo paso a nuevos lenguajes –como el de la matemática- para desplegar la palabra de la Razón conquistadora; 2) interventor: crea instrumentos de observación que inician la simbiosis tecnología-ciencia; 3) explorador: descubre lo oculto. La naturaleza es objetivada y la Razón se torna sujeto de conocimiento.[1]

El animal no llegó al laboratorio porque de ello resultaría un conocimiento imprescindible para salvar vidas humanas.

La ciencia que hoy así lo afirma evolucionó históricamente al servicio de un modelo filosófico y socioeconómico que se complementaron para llevar a cabo un proyecto de sometimiento de la naturaleza en la que sólo se ve materia a manipular y partes a reducir. Se decretó una sola vía de conocimiento que requiere de instrumentos de violencia para acceder a “la verdad”, única y objetiva. Bajo una apariencia de neutralidad, la ciencia moderna trazó sobre la naturaleza un mapa para la extracción de riqueza. La visión reduccionista convertirá a la naturaleza en una fuente de máxima obtención de ganancias, lejos del postulado ecológico y en pos de un Progreso que, se suponía, liberaría al humano de todos los males.

Dentro de esta “ideología camuflada en ciencia” –en el decir de E. Morín–, y de un comercio disfrazado de medicina, la ciencia viviseccionista le hizo creer a la opinión pública que la experimentación en animales era necesaria e imprescindible. No es el propósito de este artículo recorrer el camino histórico que la consolidó. Pero es importante recordar que nació de la mano de los hombres de ciencia, quienes podían ser productores de verdad porque se habían autolegitimados como traductores oficiales de la Razón, única capaz de apropiarse de la Naturaleza. Traductores que utilizan un modelo explicativo mecanicista, un método experimentalista y un lenguaje matemático. La enfermedad es un mal contra el que la medicina moderna debe librar una guerra. El arma principal es el remedio para derrotar al enemigo. Bacterias y virus van al comienzo en la lista de los responsables. Pero hay miles de bacterias y virus conocidos y miles más sin conocer aún. Apenas unos pocos son patógenos y parecería que, si son nuestros principales enemigos, si son nocivos por sí mismos sin que importe el medio en el que actúan y el terreno en el que se hospedan, tendremos muy pocas chances de ganar.

Por todo lo mencionado, no debemos olvidar que cada vez que un científico viviseccionista se expresa, acarrea consigo una serie de enunciados epistemológicos y de otras índoles que se insertan en su herencia histórica y de contexto psicosocial. Y que al hacerlo también da por sentado un determinado código de comprensión de la enfermedad que incluye un avance notorio: lo que dice un científico es traducción exacta de lo real. El que cuestiona el dogma es un hereje. El más actualizado exponente de los “avances” conseguidos usando animales transita las azarosas expediciones por los territorios transfigurados de la biotecnología. A veces, integrando lo peor de ambos mundos, como la “creación” de cabras modificadas genéticamente para producir vacunas en su leche.

Mientras seguimos aspirando los tóxicos ambientales que fueron lanzados al mercado por ser “seguros en las pruebas con animales”, y nos ilusionamos con la idea de que la normalización forzada de ciertos parámetros es sinónimo de salud, acrecentamos nuestra condición de “pacientes”: sufrientes, dolientes, como los torturados seres que llevamos a los laboratorios. Usarlos de esta manera no sirve para “liberar” de dolor a los humanos. Sirve para propagar ese dolor entre los seres que hemos convertido en nuestros esclavos.

Notas

[1] Luz, Madel. Natural, Social, Racional. Lugar Editorial, 1997.

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