29-12-10
Hace poco, por esas vueltas de la arquitectura en su ensamble con la vida silvestre, tuve la oportunidad de acompañar la rapidísima construcción del nido de una torcaza. No estaba terminado aún cuando ya su dueña había puesto dos huevos, en esa rusticidad que parecía hecha “de apuro”. Macho y hembra se alternaron día y noche para incubarlos y cuidarlos luego, cierto día bajo una lluvia torrencial, y casi siempre con la rama que desde un árbol cercano les raspaba el pecho y el vientre, especialmente cuando soplaba fuerte el viento. Se sabe que hacen una sola pareja durante toda su vida.
A lo largo del proceso pensé que los huevos y los pichones corrían tantos riesgos: un nido sin terminar, una cornisa estrecha junto a la ventana, las ramas secas de extremos puntiagudos… Más lo usual: las duras condiciones de la naturaleza. Después de asustarla y hacerla volar cuando la descubrí la primera vez, comencé a entrar en la habitación agachándome al pasar a la altura de la ventana adonde veía a una paloma alerta ante la presencia extraña. En unos días comprendió que no “parecía” haber peligro, y llegamos a observarnos muy de cerca a través del vidrio.
Nacieron 2 pichones que fueron cobijados y alimentados con la propia secreción natural que la paloma coloca dentro de sus bocas y luego con semillas. A los quince días aparecieron repentinamente solos y así siguieron cuando regresé después de muchas horas. Los pequeños se mostraban extremadamente inquietos y pensé que se caerían. Los estaba mirando en un determinado momento y luego, al volver a hacerlo tras un par de minutos, ya no estaban en el nido. Fui al otro lado de la calle. Con alivio observé sólo pasto y tierra. Simplemente había sido la hora de volar.
Pero sabemos que existe el turismo de aventura. Entre tantos otros animales no humanos, los vendedores de esta “diversión” ofrecen palomas dentro de un paquete turístico, junto a otras especies, o sólo a ellas en modalidad de caza “menor”. Y existe también el Pigeon Club Argentino, en Ing. Maschwitz, Escobar, provincia de Buenos Aires. Allí se dedican a capturarlas, encerrarlas en diminutas cajas y luego se organizan competencias donde las sueltan para dispararles y dejarlas caer heridas dentro de un determinado perímetro, en cuyo caso los señores que les disparan pueden contabilizar puntos. Luego las recogen para ponerlas, agonizando muchas de ellas, en un recinto donde morirán asfixiadas entre cadáveres. Los señores ya están listos para recibir sus premios. Es posible que festejen en el comedor del Club, donde una pared exhibe numerosas astas de ciervos.
El tiro al pichón está prohibido por Ley 11.406/93. Estos encuentros para matar palomas se hacen desde hace muchos años. Las denuncias de grupos ecologistas y proteccionistas son continuas e incluso en algún año, como el 2005, la policía actuó para impedirlo. La relación de las fuerzas que operan, y la manera en que suelen “cubrirse” estos eventos, los convierten en enfermedades crónicas. Las matanzas seriales se multiplican a diario por éste o por otros motivos además del de la caza “deportiva”, todas ellas debidamente legalizadas. Pero no voy a centrarme ahora en este tema.
Lo que quiero resaltar es que la injusticia que conlleva la cosificación de un ser sintiente, de donde se deriva sufrimiento y muerte, no deviene solamente de un pensamiento antropocéntrico cuyos partidarios fundamentan con argumentos racionales, que he desestimado con suficientes argumentos racionales. Hay una mirada de soberbia que informa a los ojos del cazador, una que deja a esos otros animales en el vacío y la intemperie que imperan también dentro del que mira, separándolo de la plenitud de la vida, aislándolo en su futura y propia muerte.
El ser humano es también él mismo alcanzado por esa mirada de cazador que lo convierte en un cálculo de uso de otros humanos que los utilizan, del mismo modo en que gran parte de todos los humanos utilizamos a los animales no humanos los cuales, sin duda, no están en el mundo para servirnos. Dicho de otro modo: hay una guerra que va más allá de las típicamente desatadas en la historia de la humanidad, y surge del mismo corazón y de la misma mente que aplica las reglas de la dominación y la destrucción de los no humanos para su propia conveniencia. Sólo con otra mirada podremos desatar la tormenta que libere a los seres sintientes de las cadenas que los torturan y matan, y sólo con ella podremos escribir, para ellos/ellas, otra historia. Porque la paloma no se equivocará creyendo que “tu corazón” es su casa [1], si la miramos con los ojos con que yo la veía, tras el vidrio de la ventana, haciendo su propia vida en libertad, tal cual como nació para ser.
Termino con el relato de un amigo que, en la mesa familiar de Nochebuena, presenció la llegada de un pariente muy lejano, acompañado de algunos de los pájaros que había enjaulado con sus tramperas. El “admirador” del canto de todos los pájaros mostró una avecilla negra apretujada entre sus manos y, elogiando su fantástica melodía, se la obsequió a la dueña de casa que la recibió con agrado. A veces con los familiares se puede hablar. A veces hace demasiado calor, o ya se ha dicho antes lo suficiente. Así que, en este caso, mi amigo aplicó efectivamente la campaña Liberalos-Liberate de Ánima. Y realmente la liberación fue para ambos.
Nota
[1] Alude a la letra del poema La Paloma, de Rafael Alberti. Se puede escuchar una versión popularizada por J.M. Serrat aquí: http://www.youtube.com/watch?v=yfHx1RPuHzk.