La ejecución de Marius

ardillas-cazaMarius, una jirafa macho de un año y medio de edad, acaba de ser ejecutada en la prisión donde la alojaban, el zoológico de Copenhague. El vocero del lugar, Tobias Stenbaek Bro, alegó que el zoológico estaba obligado a seguir las órdenes de la Asociación Europea de Zoos y Aquariums (EAZA), propietaria de la jirafa, a quien se había puesto dentro de un programa destinado a evitar la consanguinidad entre las mismas. Al parecer, sus genes no eran suficientemente originales como para “permitirle” su reproducción. A su vez, la castración era “cruel” y tendría efectos adversos, no era auspiciosa su reintroducción en su hábitat natural además de que los países africanos no manifestaban querer colaborar con la misma, y trasladarla a otro zoológico hubiese sido sinónimo de endogamia. Este “sacrificio”, como lo llaman los dueños de Marius, se hizo a pesar de las miles de firmas reunidas en una petición en línea.

No voy a repetir lo que a esta altura sería útil aclarar solo a quienes no están en tema: los animales no humanos son cosas legalmente hablando y sus intereses más significativos son dejados de lado cuando entran en conflicto incluso los más triviales intereses humanos. Sabemos que la condición de propiedad funciona en la institución “zoológico”, sea público o privado. Sabemos también que los zoológicos modernos (¿o debería decir postmodernos?) rechazan el perfil de sus orígenes para enarbolar la bandera de la conservación de las especies y de la educación. En este sentido, la EAZA dio cuenta de las diferencias entre las éticas ambientales y la posición de los derechos animales. Sabemos entonces también que en pos de cuidar la especie, se destruyen individuos incluso de esa misma especie. En realidad, el antropocentrismo que cimienta y estructura las éticas ambientales comienza o termina haciendo que la especie cuidada sea siempre la humana comenzando por el respeto a los individuos que la componen.

La indignación que levantó polvaredas de rechazo tiene que ser puesta primeramente en el contexto de la esclavitud animal que está ilustrado por lo que llamo “el holocausto en su eterno retorno.” Marius no era Marius. No era nadie, como corresponde  a una esclava, propiedad, en el caso, de una entidad jurídica. Sin embargo, lo que ocurrió tiene una arista que no debería pasar desapercibida. La ejecución del animal fue ostentosamente divulgada. El cadáver que fue el cuerpo de un inocente asesinado por decisión humana se exhibió como lección de anatomía ante niños “autorizados” por sus padres a observar su mutilación. Las imágenes de los leones comiéndose a Marius están cargadas de simbolismo. En el zoológico, se lee en el mensaje subliminal, no está pasando al final nada “diferente” de lo que sucede en la naturaleza, donde los depredadores comen a sus presas, siempre que, claro está, neguemos el protagonismo de la eugenesia aplicada en el manejo de las especies “salvajes” y hagamos como si no se tratara de una ficción construida para seguir usando a los animales como curiosidades para curiosos. Los niños son entonces autorizados no solo a observar lo que un cuerpo normalmente les oculta sino también a recibir lecciones de violencia autorizada hacia los que deben ser puestos en “su lugar.” Aun con las razones a las que los responsables aludieron, el escenario montado a su alrededor no salió de cualquier lugar.

Sinceramente, no creo que lo hayan hecho sin sopesar los cuestionamientos que avanzan día a día en cuanto al uso de los animales en la explotación de la que la institución zoológica es parte. Tal vez por eso Marius me recordó tanto a la elefante Topsy, ejecutada en 1903 en el Luna Park de Conney Island. Toopsy era una “rebelde” de “mal carácter.” Había incluso atacado a su cuidador, un borracho que le daba de comer cigarrillos encendidos. Trataron de matarla de muchas maneras, sin lograrlo. Finalmente se propuso la lucrativa idea del “ahorcamiento público.” Fue entonces cuando Thomas Alva Edison ofreció un método más “humanitario”, electrocutarla con el sistema de corriente alterna al que él se oponía, por considerarlo un peligro para la humanidad, como prueba de lo que él decía. Atada a cantidad de electrodos, Topsy se desmoronó ante miles de espectadores. Edison registró la ejecución con imágenes para tratar de que su compañía de electricidad, que vendía el sistema de corriente continua, desplazara al sistema de la Westinghouse, de corriente alterna.

Como bien se dijo desde la organización Animal Rights Sweden, «La única manera de parar esto es no visitar los zoológicos.» Y la única forma de que esto no suceda a diario, es respetar la vida de todos los individuos sintientes. Lo sucedido demuestra que denunciar el parentesco de ciertos “ismos” resulta absolutamente insuficiente para describir las ideas que transporta la opresión sobre los otros animales. La esclavitud animal constituye un todo sostenido por cimientos profundos. La violencia institucionalizada contra los otros animales aspira, con estos ejemplos, a educar a los humanos acerca de cómo y por qué “está bien” proceder a su manera. En otros términos, aspira al mantenimiento de su legitimación en el poder.

 

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