La teoría expuesta con dos ejemplos sencillos

conocimiento-instinto-abejaSi desde la teoría es posible escribir cientos de páginas para desarrollar la diferencia entre  valor intrínseco, valor inherente y valor instrumental, o entre ética ambiental (especista) y ética animal, puede a veces ser mucho más práctico y sencillo exponer directamente los ejemplos que ilustran esa teoría.

En el primer caso, el valor instrumental de los animales no humanos está plasmado legalmente en su condición de cosa. Esto significa la disponibilidad de un dueño, persona física o jurídica, con derechos sobre la cosa mueble. Si queremos saber cuál es el valor de un ternero “de exportación”, por ejemplo, podemos constatar que se acaban de rematar por miles en Argentina, a un precio que oscila entre 12.50 y 13 pesos. Una yegua de carrera “pura sangre”, por su parte, salió a la venta a un precio que va desde los 7000 a 15. 000 pesos. No es, claro, el valor que cada uno de esos seres asigna a sus vidas.

Si una persona humana se relacionara con un ternero y lo tuviera en su hogar como compañero, estableciendo una relación afectiva como la que nos han inducido a establecer con otras especies más aptas para este fin –en especial, obviamente, para insertarlas en el ámbito citadino– es de suponer que, para esta persona, el valor de su compañero no fuera el de una mercadería. Pero igualmente podría disponer de su vida y manipular sus intereses como cualquier dueño de un semoviente. Lo cual nos regresa a la condición de cosa del no humano.

De hecho, muchos de los dueños de perros que viven en los numerosos countries de la provincia de Buenos Aires, donde es usual adquirirlos para guardia, son reacios a esterilizarlos y, debido a las corrientes reglamentaciones internas que los obligan a entregar a sus perras cuando están en celo para evitar los numerosos problemas que se generan con los machos del lugar, prefieren encerrarlos y darles pastillas para “eliminar el olor”, tal vez suponiendo que no alteran su organismo en absoluto. Tal vez ésta sea una atribución de menor grado, pero si decidieran “eutanizarlo” porque no quieren seguir teniéndolo, también podrían hacerlo si en el proceso no les infligieran sufrimiento. Es asimismo difícil en estos casos –y en tantos otros– hacer valer una ley de “protección”, sin importar cuál sea la pena más o menos severa que la misma imponga. No tiene ninguna importancia que ese animal quiera seguir viviendo porque los intereses de los “dueños” son de mayor nivel que el de la “cosa.” Y el orden legal los protege.

Por otro lado, como ejemplo reciente de ecología especista, bastaría con atestiguar la última denuncia de Greenpeace en Argentina. El escrache a “La Hispano”, en Mataderos, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, realizado por la ONG el jueves 15 de marzo pasado, tuvo por causa el hallazgo de contaminantes en los efluentes de esa curtiembre. ¿Y qué defensor de los derechos animales estaría conforme con que nos envenenen a todos? Ninguno. Pero ninguno tampoco podría apoyar una manifestación que oculta el horror previo a la contaminación: la esclavitud de esos no humanos que fueron asesinados para usarse como vestimenta y demás. Lo oculta, porque no lo considera una injusticia a denunciar. El mensaje es políticamente correcto, y no importaría que la acción hubiese sido llevada a cabo por personas que hubieran adoptado el veganismo.

Dadas las circunstancias, es fácil comprender que defender a los otros animales es una tarea muy seria. No podemos disimular ante los demás lo que ahora mismo está sucediendo para volvernos “menos fundamentalistas” porque lo único fundamentalista es la negación que la sociedad “civilizada” hace del daño que le depara a otros animales. Sí deberíamos mostrarla –y mostrarnos–, con la seriedad que se merece y necesita. Las ficciones que crea nuestra mente ,y que nos han sembrado con esmero, no son la realidad.

La destrucción de la animalidad se hace en un espacio donde no queda nada, pero nada de animal humano, y sin nuestra valiosa animalidad, que es la que nos une e iguala a todo ser sintiente, nos aguardarán sólo las apariencias. O sea, la nada.

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