Las mil y una jaulas[I]. El zoológico y los conservacionistas.

Las mil y una jaulas. El zoológico y los conservacionistas20 de julio de 2012.

La ecopreocupación crece abriéndose camino en el multiarchipiélago de calamidades que hemos sabido conseguir. Algunos ya se dieron cuenta de que la naturaleza no puede afligirse por su propia destrucción, pero que los animales sí: es que ese daño nos enferma y mata. Este perjuicio propio es el que moviliza hacia el apoyo de los grupos ecologistas, porque están en juego intereses humanos cuya protección esos grupos reclaman, aunque más no sea el goce estético que la naturaleza nos depara.

Una advertencia ecológica bastante conocida repite que la pérdida de biodiversidad avanza debido a la actividad humana. Cada vez menos variedad, cada vez más iguales. La geografía se contamina, se fragmenta y se destruye: explotación descontrolada de los recursos, agricultura intensiva, cría industrial de animales para comida, sobrepastoreo, introducción de todo tipo de tóxicos ambientales, vertido de desechos contaminantes, edificación de ciudades y carreteras, cambio climático, introducción de especies foráneas, tráfico ilegal de animales, monocultivo, deforestación, etc.

Ciertos bordes de las diferentes posiciones éticas ecológicas rozan las preocupaciones de quienes defendemos a los animales no humanos. Parecen asimilarse pero no lo hacen. El de la extinción de las especies es uno de ellos, donde se ve cómo el fundamento que nos informa no es el de los ecologistas, aunque por supuesto estemos a favor de la protección y el cuidado del medio ambiente, hogar de todos los animales, incluyendo a los humanos. Veamos esta colisión de bordes con los verdes.

Una propuesta para salvar a los animales en peligro de extinción es su producción en cautiverio. Se reconoce que si las causas que los exterminan continúan, no se podrán devolver a su hábitat natural. Las causas continúan vigentes y tienen que ver, inmensamente, con nuestra defensa de los no humanos. Desde lo ecológico se enseña el “problema” que representa la pérdida de una “especie”, tema al que me referí, entre otros artículos, en La esperanza. Problema  para los humanos, directamente por pérdida del recurso, o indirectamente por desequilibrio del ecosistema. La estación de llegada hacia la que viajan los conservacionistas es el sometimiento “ético” de ciertos individuos de esa especie mientras la depredación continúa.

Hay personas que han elegido, hace mucho o poco tiempo, vivir y trabajar rodeados de las mil y una jaulas. Cuando se trata de la jaula del llamado zoológico, suelen encontrar en la tarea conservacionista la manera de recuperar la dignidad que a diario están perdiendo estas prisiones. Los programas de recuperación de fauna salvaje, de repente, se destacan como el principal objetivo de su existencia. Recrear y enseñar como siempre sí, teniendo en cuenta el bienestar animal. La alternativa se presenta, además, con mucha necesidad de fondos para conservar a las especies en peligro.

Pero como los chicos que aprenden respecto de cómo viven y quiénes son realmente los no humanos, lo hacen con los cada día más increíbles documentales realizados con las cámaras HD que les colocan hasta a los propios animales no humanos para filmar –lo que hacen muy bien, porque van por donde viven y, como no asustan a nadie, entregan sin querer sorprendentes imágenes propias de avanzados voyeristas–,  y como el rescate de los animales que son víctimas del tráfico ilegal de fauna debería hacerse en lugares cercanos a su medio natural, lo único que queda para que los zoológicos no formen fila junto a los ya muy mal vistos circos –al menos los terrestres–, es izar bien alto la bandera de la conservación. Anuncios, publicidades, notas en medios y declaraciones de personas que dirigen instituciones públicas y privadas, refuerzan el papel “fundamental” del zoológico moderno. Sin embargo, tenemos que empezar a llamarlo simplemente zoo, a fuerza de la inexistencia de toda lógica, al menos desde una óptica de derechos animales, diferente de la educación/legislación actual, con su clara posición ambientalista, que dista mucho de reconocer la inclusión de los no humanos en el círculo de nuestra plena consideración moral.

Las personas escuchan a los ambientalistas y no a los que somos tildados de “idealistas”, denominación que me recuerda a los antiesclavistas en las épocas de la esclavitud humana. Pero la defensa de los animales no humanos es mucho más complicada, en parte por las características de los tiempos actuales.

Así es que la mayoría de las personas no se detienen a pensar en las implicancias de lo que escuchan cuando se habla de conservación. Por ejemplo que, en libertad, ellos y ellas también se eligen. Incluso a veces sólo quieren hacerlo a cierta edad o para siempre. O no quieren hacerlo nunca. En la producción que de ellos y ellas se hace en cautiverio, tendiente a formar las denominadas poblaciones de reaseguro, si se rechazan o falta un compañero, se estudian y practican métodos de inseminación artificial. Y no, no es lo mismo. Para peor, según se está sabiendo ahora, Noé calculó muy mal: no basta con una pareja para que el asunto funcione. Al parecer, los conservacionistas argentinos no se han enterado que esta tarea, objetivo de muchos zoológicos de “avanzada” desde hace un par de décadas, ha resultado un fracaso en términos de sus propios impulsores, y dicho especialmente para lugares donde más se invierte en la materia, como es América del Norte. Al punto que se empieza a decir que lo mejor sería utilizar esos fondos para cuidarlas en el mismo lugar en que viven en libertad.

En Las Mil y una noches, los cuentos se enmarcan unos dentro de otros, en una figura literaria que responde a la manera en que Scherezade los va contando a lo largo de las mil noches en que intenta salvar su vida, hasta conseguirlo. Hay mil y una jaulas, unas dentro de otras. No sólo confinan a los no humanos sino que aíslan mental y emocionalmente a la gente de la realidad de su esclavitud. Los defensores de los derechos animales necesitamos entenderlas y por eso me gustaría, para el caso, contar algunas historias. Aquí les dejo la primera:

El zoológico y los conservacionistas

En octubre del 2004, la revista ParaTi publicó un dosier llamado “Peluches de carne y hueso.” [1] Se refería básicamente a los animales encerrados en los zoológicos, y su preparación incluía visitas de los participante a diferentes zoológicos de Argentina. Me invitaron a esas excursiones pero las rechacé, aceptando contestar las preguntas que me solicitaron.

La nota se desarrolló alrededor de la posición que abogaba por buenos zoológicos, representada por Felipe de Filippi, investigador del Instituto de Medio Ambiente y Ecología de la USAL;  Valeria Colombo por Greenpeace; Aldo Giúdice, doctor en Ciencias Biológicas; Leopoldo Estol, director de la carrera de Veterinaria de la USAL, figura central del bienestar animal en Argentina y la presidenta de F.A.B.A.

Dos columnas diferenciadas se sumaban a este texto central. Una la mía, donde la periodista resumió muy breve pero exitosamente todas las respuestas que le di. La otra era la del asesor en manejo de patrimonio natural y cultural miembro de FVSA, donde clamaba por no dar cabida a cualquier zoológico sino sólo por los que cumplieran “tres funciones básicas ineludibles: educación, reproducción e investigación científica de las especies del país o región donde está instalado”, manifestándose a favor de que se muestren animales a los niños, pues “es diferente a ver una película o leer un libro.” Aunque no comparto sus ideas, estuve de acuerdo en esto último: es muy distinto para el animal utilizado.

Y en este dosier también había un recuadro aparte para el tráfico de animales, mencionado como un negocio millonario y donde aparecía la opinión del actual Director del zoológico porteño, quien hablaba entonces como representante de FVSA. Si se necesitan captores, intermediarios y traficantes para sostener ese tráfico, estos existen porque hay consumidores. Pero lo peor, dice Bertonatti es la impunidad de los funcionarios públicos y dice que de las 2000 denuncias con ilícitos de flora y fauna presentadas en nombre de su Fundación, nunca hubo una sentencia. Resignado dice que “lo ideal sería administrarlo racionalmente sin amenazar las especies, atacando no sólo la oferta ilegal sino al que genera la demanda. El mundo es finito, y los recursos también.”

Fue entonces cuando alguien que estaba leyendo este dosier («dossier«, en la publicación) dijo:
_ Recuerdo el remate que el zoológico de Mendoza hizo de 326 animales para encarar reparaciones con la recaudación. Si sobraba, el remanente iba para la Tesorería General de la Provincia. Eran cabras jabalíes, ovejas, ciervos, caballos ponies, llamas… Se negó que los adquirentes los llevaran a cotos de caza…

Notas

[1] ParaTi N° 4293, Atención Zoo/”Peluches de carne y hueso”, por P. Maldonado/ L. Ferrando / M.F. Sanguinetti, 29-10-04.

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