Las mil y una jaulas [V]. Ficciones zoológicas maratónicas

En Las mil y una noches, los cuentos se enmarcan unos dentro de otros, en una figura literaria que responde a la manera en que Scherezade los va contando a lo largo de las mil noches en que intenta salvar su vida, hasta conseguirlo. Hay mil y una jaulas, unas dentro de otras. No sólo confinan a los no humanos sino que aíslan mental y emocionalmente a la gente de la realidad de su esclavitud. Los defensores de los derechos animales necesitamos entenderlas y por eso me gustaría, contar algunas historias.

Aquí está la primera historia: El zoológico y los conservacionistas. Aquí la segunda: El futuro está en los niños. Aquí la tercera: Las dos pantallas. Aquí la cuarta: Lo que les robamos a los elefantes.

Ahora les dejo la quinta:

Ficciones zoológicas maratónicas

Se reunieron nuevamente este año, bajo el sol de primavera.

La lectura, tradición tan propiamente humanista que es reanimada con persistencia como medio civilizatorio de los humanos, sirve así a la escisión entre el animal no humano sojuzgado real y el de la fantasía de los relatos infantiles. Un paso premeditado: la ficción se debe hacer pasar por realidad.

La undécima Maratón Nacional de lectura que se llevó a cabo el 27 de septiembre pasado, en Argentina, reunió a unos 1000 chicos en el Zoológico de Buenos Aires. Entre árboles y tristezas, se distribuyeron treinta y seis postas de lectura donde los niños se dirigieron, luego de la charla inicial, para leer y jugar.

El cuento de apertura fue leído por su autora, Gigliola Zecchin, más conocida por su nombre artístico, Canela. Se trataba de “El abrazo de Otto”, un pulpo que cumple años y quiere festejarlo abrazando a todos sus amigos. Parece que el asunto es que no es fácil saber cuántos brazos tiene un pulpo.

Seguramente los niños que escucharon este cuento, para abrazarse luego entre sí, no encontrarán incongruencias cuando por primera vez se topen con un pulpo guisado. Imagino que ya les ha pasado. Es que el pulpo es “muy rico” –les harán saber y probar luego– y por supuesto dormirán tranquilos pues no se trata de Otto, que sigue viviendo en el fondo del mar.

Más tarde, algunos de ellos tal vez escucharán acerca de estudios científicos recientes que corroboran lo que ciertos filósofos ya habían pensado antes basándose en estudios preliminares a los que se aconsejaba no prestar atención, pues no estaban aun totalmente “comprobados.” Leerán así que la inteligencia de este animal no humano es muy alta –lo que no da por resultado respetarlos ni siquiera bajo la luz de este ángulo antropocéntrico–.

Por cierto, no es novedad que ven mejor que nosotros, sin puntos ciegos; que pueden cambiar su aspecto en forma cutánea y color más rápidamente que un camaleón, con lo cual son mucho mejores que nosotros para ocultarse o intimidar; que sus células cutáneas especializadas, los cromatóforos, podrían servir para enviar señales comunicacionales con otros de su misma especie; que pueden adquirir la forma de algún depredador muy peligroso para alejar a los suyos propios; que sus neuronas tienen interconexiones impresionantes; que su sensibilidad al medio ambiente es asombrosa. Si lo necesita para huir, un pulpo puede cortar uno de sus ocho brazos y regenerarlo luego. Es que su instinto de conservación es fuertísimo. Como todo animal, quiere seguir viviendo. Como toda presa, luchará para no convertirse en presa.

Los niños que fueron nutridos con estas ficciones zoológicas no tuvieron un encuentro ni con esa maravilla llamada pulpo ni con la desgracia de los encarcelados en ese predio urbano de lecturas. Crecerán escuchando una y otra vez, especialmente a través de los medios de comunicación, que está bien disponer de los otros animales como mercaderías. No tendrán muy a mano las acotadas vías que la sociedad permite para el cuestionamiento del uso de seres sentientes y, si acceden a ellas, podrá haber dudas y conflicto personal. Porque usarlos es una opción tan aceptada… Y comer “proteínas” –oyeron mil veces– ¿no es acaso una necesidad nutricional?

Cerca del Jardín Zoológico, en un jardín familiar, desde una radio se oye la famosa canción de Los Beatles, Octopus’s Garden. Una niña pequeña, hija de padres veganos, escucha: “Me gustaría estar bajo el mar / en el jardín de un pulpo, a la sombra / Él nos dejaría entrar, ya sabe dónde hemos estado / en su jardín de pulpo, a la sombra / Les pediría a mis amigos que vinieran a ver /el jardín del pulpo conmigo.»

Y su madre –que está a su lado leyendo en las noticias acerca de esta maratón–, piensa que a ella también le gustaría estar bajo el mar, en el jardín de un pulpo a la sombra.

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