Mejores amigos

Hoy es el «Día del amigo» en Argentina y los que festejan, no siempre lo son.

La amistad no es tan fácil.  Nos demanda, por ejemplo, la aceptación y el respeto por la autonomía y la libertad del otro, saber cuándo estar a su lado y cuándo alejarse. Tal vez por esto los psicólogos suelen decir que no es de casualidad que nos sentimos tan «amigos» de nuestros compañeros animales, que nos demandan poco y nos aceptan tal cual somos.

Estoy generalizando. Vale igualmente para introducir este poema de E. Jong: Best friends (Los mejores amigos). Lo sé: esta causa no tiene nada que ver con el «afecto», en cuanto a sus fundamentos. Nada que ver ¿no es cierto?

Los hicimos
con la imagen de nuestros miedos,
para llorar en las puertas, en las despedidas
-aún las más breves,
a rogar por comida en la mesa,
y para mirarnos con esos ojos
enormes, dolorosos,
y para quedarse a nuestro lado
cuando nuestros hijos nos huyen,
y para dormir en nuestras camas
en las noches más oscuras,
y temblar cuando truena
como nosotros en nuestros
miedos infantiles.

Los hemos hecho de ojos tristes,
amorosos, leales, miedosos
de la vida sin nosotros.
Hemos cultivado su dependencia
y pena.

Los mantenemos como recordatorios de nuestro miedo.
Los amamos
como los anfitriones sin reconocimiento
de nuestro propio terror
de la tumba -y del abandono.

Sostené mi pata
que me estoy muriendo.
Dormí sobre mi ataúd,
esperame,
con ojos tristes
en medio del camino
que se hace curva más allá
de la pared del cementerio.

Te oigo ladrar,
escucho tu aullido luctuoso-
¡Oh! que todos los perros que yo he amado
lleven mi ataúd,
aúllen al cielo sin luna,
y se queden a mi lado durmiendo
cuando me haya muerto.

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