Quique. El legado de su alma

Los hechos envolvieron a la sociedad argentina a través de los medios. Las turbulentas emociones amarillas de este otoño del 2006 gritan el nombre de un ser que desde su ánima cuestiona a la entera humanidad.

Quique era un perro amigable y simpático que un día pasó como tantas veces por el fondo de su casa a la de sus vecinos, de la misma manera que la perra de sus vecinos solía también cruzar hacia su propia casa. Talar de Pacheco, provincia de Buenos Aires. Esta vez, el pasado 16 de abril, lo hizo respondiendo al instinto de procreación que le señalaba el momento adecuado para dejar sus genes en el mundo. Téngase presente que la perra en cuestión había tenido cría en el anterior celo, y que convive con otros perros y perras.

De la casa del vecino apareció de pronto envuelto en llamas. La guardiana de Quique corrió y gritó junto a los alaridos del sufriente animal. Fue trasladado a una clínica de la Ciudad de Buenos Aires, donde tomé contacto con él por varios días, aportando, como tantos, medicamentos y elementos para intentar su recuperación. En medio de una vorágine, no pude ni asistir al acto que habíamos organizado para el Día del Animal.

El 5 de mayo Quique murió por la noche. Había pasado unos días en situación muy crítica.

Cuando María K. desde Tigre me llamó apenas sucedido el hecho, me informó sobre la denuncia ya hecha, la cual no llegó a ser remitida por fax o tipeada, por lo que no tenía acceso al caso. Recién tuve inmediación con los actores el 7 de mayo, en una causa reabierta por la presión social que ejercieron los medios. Sugerí algunas ideas sabiendo la extrema dificultad para probar que fue el imputado, «dueño» de la perra en celo, el autor del acto de extrema crueldad sobre el perro. Al declarar ante la Fiscalía: ¿Dirá que creía que era agua lo que le arrojó al animal, confesando indirectamente su crimen? ¿Dirá que alguna chispa voladora cayó sorpresivamente sobre el perro y ahí se dió cuenta que no era agua? ¿Dirá que el crimen fue cometido por alguno de los familiares suyos que estaban en ese momento en su casa? ¿Dirá que se puso loco cuando «le tocaron a la nena»? Me pregunto: ¿Dirá la verdad que requiere la justicia para condenarlo? Cualquiera sea la pena que establezca una ley, todo el derecho penal se basa en la prueba fehaciente de los hechos. ¿Habrá suficiente eficacia por parte de la Fiscalía?

Diariamente hay miles de anónimos Quiques víctimas del espanto. La mayoría no integran un grupo familiar y no tengo forma de conocer a los responsables. No portan nombre ni apellido. No hay recursos económicos para investigar asesinatos aunque haya miles de recursos para invertir en asesinar. Esta es la cruel paradoja que cae sobre nuestras espaldas. Habiendo un nombre es distinto, aunque sea lo mismo. Porque resalta el individuo, el ser sintiente que nos mira como no podría una cosa sin ojos, ese alguien que reclama y merece respeto como cualquier ser repleto de vida. Ese ser al que la sociedad humana le niega el derecho de conservarla y no precisamente por causas de legítima defensa. El nombre sobre la «cosa», revela al ser que no tiene nada de «cosa». Revela la doble moral de un mundo que no puede disimular más la calidad de ser sintiente del no humano pero que recién empieza a cuestionarse el tratamiento de «cosa» que le da, una pertenencia que correrá la suerte que su «propietario» quiera darle. ¿Podemos empezar a pensar que otros animales puedan tener interés en pertenecerse a sí mismos? No profundizaré por ahora en la cuestión jurídica. Sí presentaré algunos hechos para la reflexión conjunta:

  1. Hace poco en Dallas un cachorro de pit bull fue encontrado agonizando entre alaridos, quemado en su rostro y en un 60% de su cuerpo. Apenas un 10% menos que Quique. Lo encontraron después de unos 10 días de agonía. La ley de Texas señala una pena máxima de 3 años de prisión para estos casos de crueldad. No se supo quien lo había hecho.
  2. En Argentina un dogo fue hace poco asesinado por un señor que no quería verlo suelto. Los vecinos del guardián del perro fueron a increparlo por el hecho. Ante la amenaza de un arma, los vecinos casi lo linchan. Fue procesado por «abuso de armas de fuego.»
  3. La Cámara Penal de Rosario confirmó el año pasado el fallo de primera instancia, condenando a un albañil que apaleó al pequeño perro de un vecino a 15 días de prisión condicional y visitas durante un año al IMUSA rosarino, para colaborar con ese instituto municipal. Le provocó traumatismo de cráneo y ceguera temporal. Un fallo «ejemplar», dijo el director del IMUSA. Supongo que porque necesitaban voluntarios.
  4. Los perros en nuestra sociedad son víctimas de envenenamientos, matanzas «eutanásicas» porque no tienen un guardián que les ponga nombre y son por lo tanto ingresados en el problema de «la sobrepoblación de fauna urbana», torturados en laboratorios de experimentación, usados para «enseñanza» en universidades, criados para funciones de entretenimiento y diversión humana muchas veces como armas para matar a otros animales no humanos, obligados a pelear en macabras riñas, manipulados para agredir a humanos, vendidos como objetos para compañía, criados para robarles luego sus vidas convertidas en pieles y comida. Un perro es igual a otro perro a otro perro y a otro perro. ¿Cuántos millones de Quiques están gritando a través de Quique hoy? Verán que no me extiendo a otras especies. No hace falta. Y no es que yo lo diga. Surge el tema por sí mismo, latente en la palabra dicha y en la que se calla.
  5. No hay necesidad de defenderse ante el antropocentrismo que utiliza argumentos ad hóminem. ¿Alguien cree que esto es un tema de “amantes de los animales”, más allá de que los amantes de los animales sean lógicamente los más afectados con estos hechos? Ver la carta que le escribí al Director de El País, por la nota «Perpetua por matar al perro», reproducida por el diario Página 12 en el año 2004.
  6. Suele relacionarse la violencia contra los animales no humanos con la que se ejerce sobre los humanos. Y sí, el petiso orejudo es un buen ejemplo nacional. Está bien, el que lo hace con un animal indefenso lo puede hacer con un humano. Y el que lo hace con un humano -y hay muchísimos- lo puede hacer con otro humano. Recientemente un hombre prendió fuego a su mujer quien logró defenderse y detener las puñaladas que se le venían encima. Y hay psicólogos que toman este argumento a contrario sensu para lanzar su teoría del «animal como vía de escape de la maldad humana», no sea cosa que haya más víctimas entre los dueños de la Creación. Estos argumentos tienen aristas ambiguas, niebla en sus lados y acritud en sus cimientos: se agotan en la repetición, como un callejón sin salida. Cito a Morrissey: «La violencia personal en el hogar está completamente relacionada con la violencia institucionalizada como la industria de la carne y la guerra.»

En el acto atroz sufrido por Quique, y en la injusticia de haberle quitado la vida, bulle una tragedia que nos conmociona y acosa. Una que incita a un movimiento de denuncia para defender a los sin voz, más allá del permiso o la condena de una ley.

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