Savia y sangre: “materia combustible” y “materia iluminada”

savia-y-sangre-IIEn Savia y sangre: otras vidas, otras muertes, del año 2001, [1] tuve como intención responder a quienes –amparándose en la idea de que las plantas también “sentían”-, consideraban que era moralmente admisible alimentarse con no humanos porque total, siempre había que matar. Establecí que esta equiparación era errónea pero que si así no lo fuera, la coherencia de su preocupación ética debería llevarlos a dejar de matar no humanos y plantas. Podrían entonces aceptar una alimentación a base de frutos y semillas. Sin embargo, las discusiones y comentarios respecto de esa equiparación, opacaron mi propósito principal: demostrar el absurdo de la solución omnívora que proponían los equiparadores.

Lo que sí es cierto hasta hoy al menos es que los vegetales no cuentan con receptores dérmicos al dolor, endorfinas para aliviarlo, o cerebro donde generar una conciencia de sí mismos como se encuentra en el mundo animal. Su percepción de tipo energético no remite a un self que “sienta”. Responden activamente al medio ambiente de manera conveniente al sostenimiento y reproducción de la vida, pero no tienen conciencia de sí, al no poseer un sistema nervioso que, evolutivamente hablando, es el que generó esta posibilidad. Incluso en animales con sistema nervioso pero sin cerebro, como hidras y anémonas de mar, se encontró evidencia de capacidad de reacción ante el dolor. El sistema nervioso con cerebro incluido ha dado lugar a la sensibilidad, tanto para lo agradable como para lo desagradable, y también a las emociones: alegría y tristeza, tranquilidad y espanto. El dolor físico es a su vez una alarma que avisa sobre el riesgo que pueden correr nuestras vidas. De hecho, en una enfermedad congénita caracterizada por la ausencia de dolor, el niño puede partirse la cabeza y seguir jugando como si nada, lo cual ayudará absolutamente para que no pueda salvarse de las consecuencias del golpe, incluyendo su propia muerte. En esta rara enfermedad, las automutilaciones graves son constantes. Poco duraríamos con vida si no pudiéramos sentir dolor. El hecho de pensar sobre lo pensado –permitiendo la pregunta ética-, que posibilita el lenguaje humano, lleva a que cuando sentimos dolor, lo que nos duele está absolutamente referenciado al peligro conocido o sospechado del riesgo para nuestra vida. Si se nos dice que soportar un minuto de dolor es el precio de no morir al día siguiente, es posible que sintamos ese minuto como segundos y lo soportemos estoicamente. Cuán grande sería la diferencia al tener que sentir un pequeño e insignificante dolor que reconociéramos con certeza como el indicio de una pronta muerte segura. Pero un bebé puede no saber en absoluto sobre el peligro de su dolor, e igualmente sentirlo. Lo mismo ocurre con los no humanos y por ende no importa saber hasta donde llega la emoción o sentimiento asociado a ese dolor, o aún más, si existe. Las emociones animales, que tan fácilmente se observa en los más cercanos como el perro o el gato, demuestran la gran diferencia con el vegetal, que puede generar estrategias adaptativas para reproducirse con mayor eficacia pero que no es capaz de “sentir miedo” por ejemplo, incluyendo aquéllos que no responden a causa objetivas.

La diferencia con los animales coloca a los vegetales dentro de la naturaleza viviente de la cual la animalidad, humana y no humana, también participa. Las plantas, sin embargo, no son ciertamente naturaleza muerta. Entender la trama de la vida es parte del sentimiento necesario para respetarla y dejar que cada ser obtenga lo que de alguna manera le pertenece. Creo útil el abordaje de este tema pues constituye un argumento a favor de una visión holística del ser animal que rechaza el paradigma reduccionista cartesiano dentro del cual se haya inscripta la experimentación con animales no humanos en laboratorios que apoya la medicina ortodoxa.

La vida en general existe aún en ausencia de conciencia. Existe incluso sin ninguna clase de actividad neurológica. Es el caso de los hongos, los microbios y las plantas, reconocibles por esa unidad que los caracteriza a todos y que llamamos célula. Esta noción de vida participa de determinadas características: es un producto de la reproducción y la evolución, y utiliza energía para mantener información y la organización de su estructura.

Con el surgimiento de la función cerebral en todo animal con sistema nervioso, toma lugar la conciencia. Esta vida adquiere entonces otro significado. Todo animal participa de esta vida individual que permite la sensación y el intercambio sensitivo emocional con todo y todos los que le rodean.

Desde este punto de vista, lo vivo conlleva una energía que hace a su vitalidad y a su estado físico-químico, y que está puesta al servicio del cumplimiento de sus fines. He visto el vaivén insistente de un zarcillo que por horas y horas oscilaba hacia una rama a la que más tarde quedaría enroscado, bastante más arriba de donde se hallaba el tallo de donde salía, pasando por momentos en que se quedaba inmovilizado por unos segundos en el aire, como cuando extendemos una mano y casi llegamos a alcanzar algo pero luego, ante la imposibilidad de hacerlo, volvemos hacia atrás para descansar un momento y volver a tomar impulso. Así el zarcillo, estirado hacia arriba e inmovilizado a pesar de la brisa fuerte que había, caía hacia el tallo para luego reiniciar el vaivén e insistir con la tarea. Al día siguiente ya se había abrazado a la rama del árbol y comenzado a enroscarse con un fuerte nudo. Sin duda la planta de alguna manera estaba procesando información, aunque no tuviera ojos para ver la rama. El regaliz indio es tan influido por la electricidad y el magnetismo que se utiliza para medir las variables climáticas. [2] Podrían darse muchos ejemplos verdes hasta llegar al ejemplo del agua. Esta sustancia física que los sabios griegos consideraban un superorganismo vivo, forma núcleos de cristal cuando se hiela. Al fotografiar estos cristales, se ha comprobado la diferencia que presentan los hexágonos formados según que el agua fuera pura o clorada, o según que haya estado bajo la influencia de una determinada música o de otra, o de una clase u otra de pensamiento humano. Parece que le “gusta” más Vivaldi que elHeavy Metal, por la armonía de los cristales que se forman al ser expuesta a.las vibraciones de los distintos tipos de música. [3] El remedio homeopático no es otra cosa que pura información energética guardada en la memoria del agua. La posibilidad de almacenar información hace a una memoria del agua que demuestra el efecto de resonancia que une a toda la vida del mundo. No por eso decimos que el aguadisfruta escuchando una música armoniosa, o que el agua puede preferir un tipo u otro de música, pero sí que la energía se intercomunica entre todo lo vivo y que el sufrimiento, el dolor y todo lo que somos hacemos y pensamos, influye de muchas maneras en nuestro entorno. Pero quienes “sentimos”, somos nosotros, los animales.

La persona que quiera seguir creyendo que –aunque no haya base biológica que confirme la conciencia de sí en las plantas, como sí ocurre en los animales-, las plantas sienten, y que por lo tanto tienen interés en no sufrir y seguir viviendo, deberían no sólo dejar de comer a otros animales sino también a las plantas, conformándose entonces con una dieta a base de frutas y semillas. Y si resuelven seguir comiendo vegetales a pesar de sus creencias, lo que no pueden es ampararse en esas creencias para seguir usando a quienes sí se sabe con certeza, desde lo científico y desde el sentido común, que sienten y que por lo tanto tienen derecho a que no los usemos como cosas. Sin embargo, no creo que realmente piensen así: Ninguna de ellas cree realmente que pisar el pasto sea como pisar a su gato. Lo cierto es que el mundo vegetal no se puede equiparar con el animal por los intereses propios que los animales detentan.

La savia del árbol peruano Drago (Croton Lechleri), al igual que la del árbol Dragón (Dracena Draco), oriundo de las Canarias, se vuelve roja y curativa en contacto con el aire, pero sigue siendo savia. Y es que en el proceso evolutivo, tomando la palabra poética de Paul Claudel, la vida es un fuego. La vida prepara la combustión en el vegetal y se enciende en el animal. Por ello, “Si el vegetal puede definirse como ‘materia combustible’, el animal es ‘materia iluminada’”.


Notas


[1] ABOGLIO, A.M., Savia y sangre: otras vidas, otras muertes. Disponible en: Otra Mirada
[2] TOMPKINS, P y BIRD, C., La vida secreta de las plantas. Ed. Diana, 1980.

[3] EMOTO, M y FLIEGE, J., El Poder curativo del agua, Ed. Obelisco, 2006.

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