«Uno que podría llamarse Boby»

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Acerca de la nota de UNO Edición Impresa, Mendoza, del 10 de agosto de 2008. [1]

La nota de Manuel Paz publicada por la edición impresa del Diario UNO de Mendoza, es un ejemplo condensado de tergiversaciones, no sólo en relación a las biopolíticas efectivas en cuanto al control poblacional de animales, sino también en lo referente a determinados argumentos falaces presentados para defender su personal postura antropocéntrica.

Podríamos comenzar con el título, “¡Guarda con tocarme al Boby!”, que alude a la posesión de un perro que no es el del caso del que se ocupa porque, justamente, este perro no tiene quien lo guarde. Como muchos, está en las calles, y como no puede sobrevivir por sí mismo gracias a que lo hemos domesticado para que dependa de nosotros y nos sirva según conveniencia, no puede ni vivir en paz ni vivir sin paz. Les molestamos, Paz. A los humanos no se les ocurre pensarlo porque, es cierto, el punto es si molestan ellos a los humanos, sus dueños. Porque la ciudad es nuestra, ellos también son nuestros, no sólo los perros, todos los animales que podamos usar para explotarlos, aunque dudo que sea porque son, como dice la nota, “pobres animalitos de Dios”. No tiene importancia saber si el autor cree en Dios, pero tiene razón en algo: Las vacas, los pollos, los chivos y los peces (¡no los “pescados”!), y un sin fin de no humanos más, si Dios existe, son todos animales de Dios, como nosotros. Y quienes defendemos los derechos animales, por ellos, TAMBIÉN chistamos.

Es erróneo decir: “Y se supone que no deben tener más derechos que nosotros. No son las vacas sagradas de la India.” Es que no tienen más derechos que nosotros. Ni siquiera tienen el derecho básico de no ser cosas con valor instrumental.

De igual manera es erróneo cuando dice: “…yo suelo desconfiar de los que tienden a tener más consideración por el bicherío callejero que por los niños”, porque la compasión y la justicia tienen un basamento ético que se sustenta en determinados postulados objetivos y universales para guiarnos acerca de cómo deberíamos vivir y actuar cuando nuestras acciones afectan a otros seres, y esto es independientemente de quien sea el que sienta las consecuencias de nuestro accionar. Lo importante es que sean afectados. Si algunas personas brillan en la oscura indiferencia que se enseña a sentir cuando se trata de otros animales, no es porque no les importen los humanos, sino porque les importa, también, los no humanos. Pero otra vez me veo forzada a responder argumentos que no hacen a la cuestión que nos ocupa.

Los perros no nos empiojan la existencia, como dice Paz. El odio lo hace. La opresión, la esclavitud, la guerra, lo hacen. Los perros existen porque domesticamos al lobo. Pero seguro Paz habla sólo de los de la calle. Los que se venden no se cuestionan, son parte de los seres que hay que cuidar y respetar porque son “sensibles, afectivos, compañeros, brindan alegría y amor sin igual”. Mientras se cumpla con aquello de la ‘tenencia responsable’, incluso con documentación si se puede, los veterinarios contentos. Los sin hogar no tienen quién pague por su atención. Ergo: son la sobrepoblación. Son los que por ser perros pueden traernos infinidad de problemas, prevenibles tratándose de los que se venden o regalan para usar en el hogar como compañía de grandes y chicos. Y no, matarlos no. “Nadie propugna que haya que salir a matar perros a mansalva”, dice la nota. Pero sí que hay poner un manto de sentido común a una situación que ha sido provocada por una legislación oportunista y sin criterio.” Cuánta confusión. La situación no fue creada por la legislación que prohibe las matanzas y desarrolla planes de esterilización. La situación fue creada por el incumplimiento parcial de la norma, que además opera dentro de un marco que debería ser ampliado para comprometer a toda la sociedad en el problema. Supongo que el “manto de sentido común” es la “eutanasia”, término que deberíamos dejar de usar, importado del primer mundo para nombrar un acto que es simplemente matar, porque no es por el bien del que van a matar. No es indoloro ni siquiera con los métodos que se denominan “menos crueles”, como la inyección letal, con la que también se importó el “poner a dormir” que predica la presidenta de una entidad bienestarista, y que debe traducirse, también, como “poner a morir”. Pero Paz considera que es mejor que los humanos se dediquen a matar en vez de a prevenir los nacimientos, lo cual puede hacerse si se decide en la práctica, tal como prevé la ordenanza que quiere derogar. Nos está faltando, en este análisis, un factor social, el que se opone a los servicios gratuitos de control ético y atención municipal de la fauna urbana. Pero no vamos a desviarnos ahora a hablar de los Colegios de Veterinarios ni de las organizaciones que los apoyan.

El caso de Almafuerte es un problema. Los perros, ahora casi cimarrones, rompieron una alarma valuada en $15.000 pesos que, al parecer, no se puede reponer. ¿Los perros habrán ido a buscar comida al penal o a liberar a los presos? En este último caso serían prisioneros liberando prisioneros, el sumun de la liberación animal. ¡Qué increíble que hayan roto la alarma, si es que llegó a sonar! Deben estar desesperados buscando la comida que no pueden aún ganarse como animales salvajes, pero que quizás algún día encuentren, si es que logran recuperar su independencia. Si lo anterior era una broma, esto sí que sería una verdadera liberación animal. Pero ahí estaría otra vez Paz pidiendo cacería de animales salvajes, porque seguramente se convertirían en una amenaza para algún negocio de cría de animales para consumo. Y la historia se repite, porque el problema no es del perro, y acabado el perro no sólo no se acaba la rabia sino que no se acaba el mayor problema que tenemos los humanos: los prejuicios especistas, las elecciones dañosas, las dominancias y las jerarquías, las dicotomías que nos hacen creer que nosotros somos animales “razonables” y que el resto de los seres sintientes son, todos “animales”.

Si como dice el principio de esta nota mendocina, “muchos” festejaban la ley de no matanzas en Mendoza, es porque todavía hay una esperanza. No sólo para los perros. Porque esos muchos también empezamos a ser los que creemos que los animales no son de nuestra propiedad.

Para quienes quieran acercarse a los muchos, que no muerden, les dejo el video de un perro confinado en Mendoza que, como diría María Abril, [2] podría llamarse Boby: http://www.youtube.com/watch?v=CI3An0LVyfQ

Nota

[1] ¡Guarda con tocarme al Boby!, por Manuel de Paz. UNO Edición Impresa Mendoza. Disponible en: http://edimpresa.diariouno.net.ar/2008/08/10/nota188964.html

[2] «Se detuvo en medio de la calle vacía a lamer los diminutos corpúsculos de galletita incrustados en las grietas del pavimento. El hambre había enflaquecido su cuerpo, pero no había mellado su vivacidad. Se acercó, probó apenas el alimento que le ofrecían, olfateó, inspeccionó, se echó. Entendió que había encontrado un umbral seguro donde relajarse y descansar. Uno de tantos, abandonados, perdidos o sin hogar. Uno perteneciente al grupo «problema de la sobrepoblación de perros y gatos». Uno que hoy, tan valioso como cuando vagaba luchando por su vida, ha renovado el ancestral lazo que une al ser humano con el perro. Uno que podría no haber llegado a llamarse Lobo.» María Abril. Disponible en: http://www.anima.org.ar/movimientos/campanas/buenascompanias/index.html

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