La mirada del afecto

Bastante avanzada la tarde, una mujer dejó un mensaje en el contestador telefónico, indignada porque, según dijo, estaban por “eutanasiar” a una perrita en el consultorio veterinario de la calle Giribone 880, en  Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Ella, al parecer, le avisó al veterinario y al “dueño” que “no lo podían hacer”, amparándose en la ley 14.346 y en el flamante D. 1088.

Lo cierto es que si se mata sin sufrimiento, el “dueño” del animal puede hacerlo, en este caso, al parecer, porque la perra estaba ciega y él no podía/quería seguir teniéndola, o porque en conjunto con el veterinario decidieron “ahorrarle el sufrimiento.” “Poner a dormir”, “eutanasiar”, “hacer que no sufra” −y todos los eufemismos creados para matar a un compañero animal−, permiten evadir algún cuestionamiento.

Compartí  mi vida, durante un buen tiempo, con un perro casi ciego. Se manejaba solo sin problemas hasta que dejó de ver totalmente y tuve que ayudarlo: no dejar objetos que pudiera llevarse por delante cuando avanzaba por donde estaba acostumbrado, acompañarlo, guiarlo como lo hacen ellos cuando guían a las personas ciegas. Y, sobre todo, contenerlo afectivamente.

Más allá de las circunstancia particulares, sería útil recordar que los perros no se guían demasiado por el sentido de la vista. Su visión es parecida a la humana, aunque no tienen en la retina la mancha amarilla que les permite ver con mucha precisión al enfocar determinado objeto. Sin embargo, son mucho más sensibles a la luz y poseen una gran visión periférica en comparación con los humanos; también son más sensibles al movimiento.

En cualquier caso, el olfato y el oído son los sentidos con los que básicamente los perros construyen su mundo y, en menor medida, el tacto. La perrita que ya no veía a su “dueño”, seguramente siguió confiando en él mientras lo “sentía” cerca de ella, ignorando  adónde la llevaba, aunque tal vez presintiendo, luego, el peligro que corría su vida. A diferencia de los humanos, los perros expresan siempre sus auténticos sentimientos. Como diría Jeffrey M. Masson, los perros nunca mienten acerca del amor.

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