La esperanza

la-esperanza-any-aboglioAl enterarnos de que se sancionó una moción para prohibir determinada práctica específica de crueldad contra los animales, es lógico que la primera emoción sea de alivio. Hoy en día, las evidencias del fuerte sufrimiento que se les inflige a ciertos animales para forzarlos a la realización de prácticas circenses, unido a la ola ecológica de consideración por las especies salvajes, da como resultado una tendencia que se generaliza: la de prohibir los circos con animales salvajes. Los circos con animales domésticos, los zoológicos, los acuarios, la caza, las carreras, las corridas, etc., se van acomodando como entretenimientos aceptables, sea por menos “crueles” o por ser parte de “lo tradicional.” Debido a que algunas de estas prácticas son blanco de organizaciones animalistas por su grosera exposición de sufrimiento animal, la apelación a la tradición y la libertad individual se reafirma como contrapartida defensiva, habidas cuentas de que no se acepta un cambio de paradigma que implique la inclusión de los animales no humanos en el círculo pleno de nuestras consideraciones éticas. Por cierto, el pasado martes se conoció en medios argentinos la noticia de una «fiera» que se escapó del zoológico municipal de La Rioja, simplemente porque el cuidador dejó abierta una de las salidas. El animal, que iba en busca de su madre, mató a un perro en el camino. Si hubiera matado a un ser humano, difícilmente no se lo hubiera condenado a muerte. Sucedió entonces que, apelando a la falta de dardos paralizantes y no teniendo excusa alguna para matarlo, a alguien se le ocurrió llamarlo por su nombre: el león dió vuelta la cabeza y siguió a quien lo llamaba, entrando de nuevo en su jaula. Posiblemente se podría decir que este es un animal adquiriendo título de doméstico. Pero las medidas equivalentes a esta moción, fundamentadas en la idea de evitar la crueldad que en estos casos deviene innecesaria o que aparece como propia de una actividad que comienza a verse como “atrasada” –y que suele ser acompañada de la frase de Gandhi: “… la grandeza y el progreso moral de una nación pueden ser juzgados por la forma en que trata a sus animales”–, no llegan solas. Insisto en una idea que es importante recordar ahora:  los derechos animales y el veganismo necesitan verse no sólo como la concreción de un cambio individual sino también como un proceso social que desestime al veganismo como una opción consumista más. Por ello, cuando se afirma –como lo hace Peter Singer en Project Syndicate, 2011, publicado en español en un diario argentino recientemente [1]– que la esperanza radica en que el bienestar animal, “como los derechos humanos, se convierta en un problema internacional que afecte la reputación de los países”, se lee un mensaje alejado de la consideración de los animales no humanos como individuos que no deberían ser objetos de explotación, cualquiera sea el trato. Ya sabemos que Singer no es partidario de los derechos y también sabemos que usa el término en los medios, para desgracia de los que no participan de su posición.[2] Esta “mejora” en el trato también es parte de un mensaje que no siembra para cosechar la liberación ni para rechazar el veganismo como una opción individual.

Los derechos humanos no son equiparables a estas normas porque, si así fuera, los legisladores ingleses que quieren prohibir los circos con animales después de sensibilizarse al ver, en un video, la atroz golpiza que sufrió la elefanta Ana por parte de un domador, lo hubieran hecho por estar poniendo en tela de juicio todas las prácticas aceptadas institucionalmente para usar a los animales como objetos, lo cual puede hacerse debido a un orden legal que, justamente por esto, claramente niega derechos a los animales. Aún si consideráramos una prohibición determinada sin tener en cuenta las declaraciones de este filósofo, los fundamentos de la misma no sentarían precedentes para prohibir ninguna práctica que se llegue a considerar con un grado aceptable de daño a los animales involucrados. Es decir, no se trata de una prohibición que pueda formar parte de un cuadro abolicionista.

Pongamos un ejemplo.

La jaula y el domador lucen su espanto con obviedad. La pileta del acuario tal vez no. Los circos marinos surgieron en el mundo en forma concomitante con la serie que protagonizaba el delfín Flipper en los ’60. Buena serie para los chicos, buen negocio para los acuarios. Fue para entonces que el entrenador Ric O’Barry miraba Flipper junto a los delfines del acuario donde trabajaba, en una televisión que acercaba al agua para compartir con ellos las andanzas de Flipper. Los científicos corrieron a estudiar cómo los delfines se reconocían en sus pares famosos. Pero cuando la delfina Kathy, ya deprimida, muere en sus brazos, O’Barry se da cuenta de que estos cetáceos no deberían estar en circos marinos y se enrola en una cruzada para salvarlos. Él también tiene la esperanza de que The Cove, su taquillero documental, salve a los delfines del cautiverio en los acuarios y de que los libre de las capturas y matanzas que año a año se suceden en Japón, donde se los consume, como a las ballenas, para comida. Ni los altos niveles de mercurio parecen preocuparle a los destructores de estos seres sensibles e inteligentes. Tenemos incluso que escuchar una idea terrorífica que puede ir de la mano del bienestar animal: aunque no se los consuma, algunos japoneses creen que exterminarlos sería la manera de tener más peces para comida, al eliminarse a los depredadores naturales de los peces.[3] Es que los recursos pesqueros, buen negocio estén contaminados o no, ralean sin remedio. Otra vez podemos darnos cuenta de que salvar a una especie es un recurso muy mediático para instalar un determinado tema, pero no es el tema de los derechos de los animales.

En la mitología griega, Pandora (cuyo nombre significa “todos los dones”) es la primera y más hermosa mujer moldeada por orden de Zeus. Sin embargo, Hermes puso en su corazón la mentira. Para proteger a la humanidad, los males habían sido encerrados en una caja. Pero Pandora la abre. Todos los males se esparcen volando por el mundo, excepto la Esperanza, que queda atrapada en el fondo. Un mal que con su engañoso consuelo impidió que los mortales se suiciden en masa ante la propagación de todos los males diseminados al abrir Pandora su caja. Pero hay otra versión. La caja –en realidad, una vasija– contenía todos los bienes, los cuales escaparon a la morada de los dioses. Estas 2 versiones señalan la ambivalencia que despierta la esperanza.

Cuando leo a Singer, no encuentro esperanza alguna en un cambio profundo a través de sus planteos. Pero sigo abrigando la esperanza de que, si planteamos al mundo la otra mirada que merecen recibir los animales no humanos, estaremos promoviendo el cambio que necesitamos para darles el derecho a valorarlos por lo que son: seres sintientes que debemos respetar y valorar, y con el derecho básico a no ser usados como mercaderías. Distintos, nunca inferiores.

Notas


[1] Singer, Peter, “Cuidar animales es indicio de progreso moral”, Clarín, 14 de agosto de 2011.

[3] Página 12, Radar, “Que Neptuno nos ayude”, por Soledad Barruti, 21 de agosto de 2011.

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