Ver para pensar y pensar para ver

naturaleza-muerta-any-aboglioPublicitada como el primer thriller vegano, el filme Naturaleza Muerta invita a una crítica desde el lugar de observación que compete al movimiento por los derechos animales. Me alejaré en general, entonces, de su valoración como expresión artística, que llevaría a detenerme, por ejemplo, en la buena fotografía o en algunas deficiencias actorales. De todas maneras es inevitable incursionar en regiones comunes a ambas perspectivas, como por ejemplo cuestiones de guión. En el caso, uno que parece no poder superar la sensación de haber sujetado, al tema que me ocupa, con la camisa de fuerza que le (im)pone el show business.

Se sabe que el guión no es mera escritura ilustrada más tarde con imágenes. Constituye una hipótesis previa de realización que se transfigura en la película, convirtiéndose en un discurso diferente al literario y estructurándose con el argumento al cual sirve y a la imagen que, por así decirlo, “hace hablar.” El director, Gabriel Grieco, se encargó también del guión a partir de la idea que le acercara Amin Yoma, copartícipe del mismo, y a la cual Grieco quiso modificar con algo de su autoría, para lo cual le sirvió el hecho de que justo en ese momento estaba haciendo unos spots televisivos para una organización defensora de los animales. De ahí podemos obtener un indicio, entonces, para deducir el porqué de la presencia de ciertos detalles, como algunos cuadros de diálogo sorprendentes o la aceptación de una perspectiva narrativa en cuanto a la argumentación que resulta problemática, develada en un final impactante que le imprime al filme su marca slasher, [1] con un baño de sangre y tortura brotado del sadismo vengador.

Después de verla, lo primero que pensé fue: ¿qué quisieron hacer? Otra vez: ¿qué quisieron hacer con el veganismo? ¿Qué significa que es un thriller vegano? ¿Hecho por veganos? ¿Actuado por veganos? ¿Con un mensaje por el veganismo? El director, en una entrevista, me ayudó con algunas respuestas. Declara que hay algún vegano pero que no lo es todo el elenco, y que: “La película no quiere bajar una línea, para eso tendría que tener una protagonista que fuese carnívora y se transforme, como una lección. Se trata más bien de un entretenimiento que transmite una información.” [2]

Analicemos, por suerte libre de moralinas inapropiadas, lo que puede verse para pensar, y lo que tal vez no se quisiera ver para no hacerlo.

La trama se articula alrededor de una notera ambiciosa, Jazmín Alsina (Luz Cipriota), que llega a un pueblo del norte argentino para cubrir una investigación en torno al papel de las heces vacunas en el calentamiento global. La acompaña Diego (Ezequiel Almeida), periodista-camarógrafo que soporta, como si no le hablara a él–no se sabe bien por qué–, el continuo desprecio y maltrato de Jazmín. Pero la reciente desaparición de Julia (Mercedes Oviedo), un integrante de la familia Cotonese, le hace cambiar de rumbo, dedicándose secretamente a investigar este caso que cree lo suficientemente fuerte como para llevarla al puesto que se le acababa de ir de las manos. A partir de allí se suceden una serie de situaciones por momentos poco creíbles, bajo la tensión de otras desapariciones dentro de esta familia de cazadores-ganaderos que son los Cotonese.

En este pueblo encontramos a los tres personajes que dan forma a lo que llamo el “concepto veg*”: una noción versátil que se acomoda según demanden las consecuencias posibles en los receptores del término, pudiendo aludir a un vegano, a un ovo-lácteo-vegetariano o combinación parecida, a un vegetariano estricto, a un flexitariano y, lo más importante, con remisión a diferentes fundamentos para apoyar el veganismo, a los que se le asigna igual o diferente peso, también según lo exija el momento y lugar, especialmente cuando hay que explicarlo en los medios: ética, ecología, salud, etc. Dentro de los temas éticos, se suele anclar en el maltrato y la crueldad, intercambiando confusamente, a veces, los planos morales con los legales.

Los veg* están representados por tres personajes bastante estereotipados, pero no necesariamente de acuerdo a la realidad sino a esa tendencia de los explotadores institucionales a encasillar a los veganos como fundamentalistas, y de algunos defensores de los animales no humanos a presentar el veganismo como una cuestión personal. Peor aún, de pureza personal.

Gerardo Basavilbaso (Nicolás Pauls, muy correcto y tan parecido a él mismo que es como si se hubiera metido en la ficción) es un agricultor vegano “bueno” que al final de la película va a manifestar que hacía tiempo que seguía la pista de quien es nuestro segundo personaje veg*: Dan Truman (Amin Yoma), líder y único integrante –tal como él mismo le comenta a Jazmín– de un tal Ejército de Salvación Animal, que da seminarios acerca de “Maltrato Animal y calentamiento global”, según consta en el título de los volantes que él mismo reparte en ese apartado pueblo –de manera insoportablemente insistente–, y que llevan el logo del Ejército de Salvación Animal y el eslogan: “Es tiempo de hacerse vegetariano.” Puede apreciarse el concepto mencionado también en este mensaje.

El tercer veg* es Joaquín González (Nicolás Maiques), un muchacho de gestos infantilmente graciosos, o tal vez con rastros de alguna incapacidad cognitiva, a quien vamos a ver en el almacén local pidiendo sin suerte empanadas de verdura, o de queso para luego desesperarse cuando muerde la que finalmente le vendieron como “apta” y constata en su boca la presencia de un animal hecho carne. Es el mismo que luego, absolutamente convencido, fantasea con una supuesta “venganza de los animales”, porque no sabe –y aunque es un pueblo chico y con gente en el tema, nadie se lo ha explicado– que son los humanos los que introdujeron en el mundo, tanto el sentimiento de venganza como la opresión y la crueldad. Un escritor, Miguel Kraczaer (Juan Palominos, tan natural en su interpretación que parece una interpolación de un escritor real), acotará respecto de esto que: “si fuera cierto, se lo merecían.” El infantilismo o incapacidad de Joaquín no es óbice para regodearse en la satisfacción de su propio deseo de venganza, al final de la película, cuando se alegra ante la decapitación de una carnívora en manos de Rubén López, el verdadero nombre de Dan Truman, que ha logrado huir después de ser descubierto por Jazmín y que regresa a la misión de su Ejército. Entre éste y el FLA, ninguna coincidencia.

Curiosamente, en la entrevista que le hacen una vez descubierto el asesino, después de haber dicho que andaba tras sus huellas, Gerardo dirá que: “si bien compartíamos un mismo ideal, después me di cuenta que su camino y el mío eran muy distintos. ¡Ah! Y por supuesto que en ningún momento pensé que podía llegar a matar.” Esto me despertó algunas dudas. Porqué andaba tras sus huellas o exactamente cuál era la diferencia de caminos, por supuesto descontando lo que no podía pensar que Truman era capaz de hacer. El asunto es que el asesino torturaba y mataba a sus víctimas mientras les mostraba escenas de sufrimiento animal exhibidas en pantallas frente a ellos –inserts de Earthlings– pero no porque no pudiera matarlos sin sufrimiento para su objetivo final, cual era el de conseguir que la gente deje de comer carne al enterarse de que su provisión normal había sido reemplazada con carne humana. O sea, era “malo” por sádico y asesino vengador, haciendo lo que otros humanos le hacen impunemente a diario a millones de no humanos. Pero era “bueno” por ese ideal que Gerardo compartía. Y acaso, también, si la idea del reemplazo de la carne animal no humana por carne humana jugara de otra forma en el contexto y si esa carne proviniese de muertos naturales o de accidentes o de alguna otra manera que relevara al menos del delito de homicidio. Y mejor aún si nadie fuera activista o vegano o vegetariano. Pero esto ya es otro tipo de película. Pienso en un horror al estilo de El inquilino (Polanski, 1976), o en esas obsesiones tortuosas de las que no se puede escapar como en Los pájaros (Hitchcock, 1963), o en la locura de los muertos que no saben que lo están, como en Los otros (Amenábar, 2001). Pienso en una propuesta kafkiana, donde se vayan despeñando las relaciones humanas sin poder entender qué sucede, porque la razón disfraza con renovadas máscaras a la atrocidad del holocausto animal.

Por supuesto que dentro del suspenso bien creado por Grieco, al espectador le puede llegar de diferentes maneras el discurso del “veganismo” y que señalo cuestiones que importan al tipo de críticas que esta obra merece desde el ya mencionado lugar que delimité. Después de todo, en la Casa Rosada, parte del elenco recibió felicitaciones de la presidente de Argentina por su éxito en Cannes. [3]

Entonces, continuando con la óptica que nos ocupa, es inevitable no sentir un cierto grado de contrariedad en el cuadro de diálogo que surge durante la charla de Truman, entre él y Basavilbaso, quien se queja de que el calentamiento global “no está comprobado” [4], aunque bien agrega que lo que importa es el sufrimiento de los animales. Truman le contesta que está de acuerdo, pero que la gente tiene que saber que también hay otros problemas. “Pero no están comprobados. Me parece que estás cambiando el foco, estás distrayéndolos”, le contesta Gerardo Basavilbaso. A lo que insólitamente el seminarista responde:

—Bueno, bueno, bueno, tampoco está comprobado la existencia de Dios, no podemos esperar a que se comprueben todas las teorías. Hay que actuar ya. Y si este discurso nos sirve para convencer a la gente de nuestra causa… adelante.

Ahí es entonces cuando le preguntan qué tendríamos que hacer, según él, para no tener tanta caca de vaca. Sin respuesta, se corta esa toma para pasar a la escena de Jazmín despertándose.

Creo en la sinceridad de Grieco cuando afirma tomar el tema de los animales para denunciar el maltrato, pero lamentablemente esto no alcanza para calificar a Naturaleza Muerta como thriller “vegano”, cualquiera sea la interpretación que hagamos de lo que se quiso decir con ello. La cuidada elaboración del suspenso lograda con la cámara contrasta con un guión por momentos no creíble y un argumento problemático para ese fin de la denuncia del maltrato, lo cual, de todas maneras, no es sinónimo de veganismo. Para quien diga que es una forma de “instalar el tema” (no importa de qué manera, como diría la ex presidente de Peta) me temo que es una afirmación incorrecta. El tema está instalado, para bien y para mal. Al contrario, es porque ya está instalado que el término “veganismo” sirve a los fines publicitarios, aunque luego la película gire en torno a la carne de quienes sufren por mano humana antes de morir. Veremos si la historia continúa, porque se deja abierta la posibilidad de una segunda parte.

Los animales no son los que se están vengando. Así que, sin importar qué género se elija –drama, terror, comedia, etc.–, tal vez llegue una venganza con otra película donde una narración impactante en el orden de lo político-ético se integre con lo estético cinematográfico, como para provocar/inducir una transformación de la relación que mantenemos con los otros animales. A mi modo de ver, de eso se trata el veganismo.

Notas

[1] Slasher es un subgénero del cine de terror que surgió en los ‘90. Proviene de slash, entre otras acepciones “cortar mediante tajos”, “acuchillar”, en inglés, aunque no es su característica definitoria, la cual está dada por un asesino que persigue a un grupo de víctimas, usualmente adolescentes. Ejemplos típicos son Scream, La matanza de Texas y Halloween. Un gran negocio que suele incluir vacíos argumentales y una falta importante en la construcción de los personajes.
[2] Varas, Victoria, “Un vegano de terror: «Naturaleza muerta» llega a los cines locales.” La voz, 1/3/2015. Disponible en: http://vos.lavoz.com.ar/un-vegano-de-terror-0
[2] Fotos disponibles en: http://www.crepusculum.com.ar/films_ficcion_largos.html
[3] Ver Costo ecológico y hambre mundial, de mi autoría.

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