La realización de talleres, jornadas o disertaciones donde se exponen temas de ética y derechos animales conlleva –particularmente en el ámbito de las facultades de Derecho– la posibilidad de que quienes los utilizan en áreas como, por ejemplo, la experimentación con animales no humanos en laboratorios o en la producción de sustancias comestibles, se acerquen con el propósito de conocer la regulación de actividades que consideran incuestionables o que entienden como absolutamente necesarias para la sobrevivencia de la humanidad.
De esta manera, la inquietud que presentó recientemente una investigadora luego de mi disertación, giró alrededor de cuál era la salida, desde una posición ética que rechaza el uso de los animales en general, dado que “no se puede dejar de experimentar” con animales. Manifestó comprender perfectamente esa posición pero –agregó como comentario– ¿acaso no se benefician de ella los mismos que rechazan el uso de estos experimentos? También se mostró preocupada por el hecho de que entendía que los temas “científicos” debían ser aceptados como tales y regulados legalmente, porque la experimentación, todo el mundo lo sabe, es la única forma de hacer medicina humana y veterinaria.
Reitero: había quedado perfectamente entendida la refutación a las posiciones antropocéntricas y la razón por la que no deberíamos usar a los animales no humanos. Sin embargo, la investigadora no decía que ella era contraria al uso de animales en todos los ámbitos a excepción del laboratorio; no manifestaba sentirse encerrada en su campo de trabajo sin saber qué hacer, sino que más bien se mostraba indignada de que no se entendiera lo que ella consideraba una verdad incuestionable: la vivisección ha sido, es y será la única forma de estudiar las enfermedades y conseguir fármacos para curarlas. Deduje que había asistido para conocer cómo hilvanar un mejor control legal de los viviseccionados, normas mejor conocidas como de bienestar animal.
La verdad es que siempre se experimentó en otros animales porque los hemos puesto a disposición de prácticas aceptadas socialmente, que no están prohibidas o que están reguladas legalmente. Dado entonces que siempre se experimentó en otros animales, no podemos decir que determinados descubrimientos se hicieron porque se experimentó en ellos. Aun en el caso en que así hubiera ocurrido, bien se podría haber llegado por otra vía. Pienso incluso en la inversión de recursos que existiría para una investigación sin animales si definitivamente rechazáramos esta posibilidad. Por otro lado, si es obligatorio el testeo de sustancias en animales para el inicio del proceso que lleva a la liberación de una droga al mercado, es difícil hallar opciones a nivel personal en los casos en que no pueda o no sea de aplicación otra terapia, como el caso de una urgencia por accidente, salvo suicidarse. Esto no significa que se cambie de postura ética cuando la obligatoriedad legal de las pruebas es el terreno obligado donde surge la contingencia que pone en juego la propia sobrevivencia.
En el caso que comento, la investigadora presentaba un conflicto de intereses y lo resolvía a favor de los intereses humanos, señalando la necesidad científica de la experimentación en animales. De lo que decía y de su tono de voz podía deducirse su indignación por priorizar consideraciones éticas cuando la ciencia impone esta necesidad. Tuve que reiterar que incluso desde un punto de vista científico la experimentación en animales era cuestionada por quienes adscriben al antiviviseccionismo científico. Le pedí que por favor se acercara a ese determinado material, haciendo lo mismo que ella criticaba que no hacían los que rechazan el uso de no humanos en los laboratorios: hablar con conocimiento de causa. El cuestionamiento científico del uso del modelo animal incluye también conocer el daño que tal práctica ha generado en los seres humanos.
La manera de abordar y tratar las enfermedades, junto a la creciente medicalización de la sociedad, parecen ser temas que no corresponde que planteen los humanos afectados, pues al parecer son los investigadores “científicos” los únicos que deberían decidir sobre los cuerpos y las vidas de los ciudadanos. Estos asuntos no son independientes del creciente proceso de mercantilización de la salud en Argentina, donde el medicamento es constituido como eje principal de ordenación del sistema sanitario por las mismas empresas que inciden políticamente para sostener una legislación que favorece el modelo hegemónico de expansión de la medicalización. Estas normas mantienen circuitos de dependencia que obturan la apertura de otras perspectivas.
La reflexión a lo que todo esto nos lleva sería básicamente cómo las estructuras de opresión animal pueden derrumbarse o no, según quiénes defiendan a los otros animales, cuando es planteada en los distintos ámbitos de enseñanza de los nuevos paradigmas éticos, ecológicos, jurídicos, socio-económicos, científicos… etc.