Una nota publicada el 20 de febrero pasado me llama la atención por lo sesgado de su planteamiento, al enfocar la cuestión de la opresión animal que lleva a muchos a dejar de participar en esta injusticia, como una cuestión de consumo en modo negativo. Las víctimas se invisibilizan, son las “que no”: no están. [1]
El autor, al parecer tras su observación de las “dificultades para la interacción social” que presentarían quienes no “consumen” lo que la mayoría, comparte la idea de definir una categoría denominada “gente que no”. Estaría integrada por personas que el propio autor relaciona con el incumplimiento de una ortodoxia determinada, de lo cual resultan ciertas convivencias híbridas que no necesariamente incluyen cuestiones éticas en todos los casos. Así, Ríos equipara veganos, freeganos, gente solo en bicicleta, rawers, gente no a las vacunas, etc. Es una nota de estudios culturales. Solo desde la óptica de los modelos aceptados dentro de una sociedad –diríamos citadina y occidental– pueden hacerse estas conceptualizaciones. Pero sucede que cuando hay seres sensibles masacrados debido a ciertas elecciones, desde la vereda de enfrente, el matadero es “lo que no”. Desde aquí, el veganismo entonces es elegido por la gente que sí, que sí quiere construir una sociedad libre de la opresión y la injusticia institucionalizada.
Con referencias especializadas puntuales, Ríos se refiere a una razón posible respecto del asunto que trata: una cultura hiperindividualista como la que vivimos, “coronada por el culto al yo”, como dice citando a la filósofa Cohen Agrest. Sin duda es cierto que es una cultura hiperindividualista, donde muchos se abren camino diferenciándose a través de las redes sociales, por donde canalizarían su construcción de identidad a partir del “no soy como los demás”. Según el profesor de Clínica Psiquiátrica del Departamento de Neurociencias de la Universidad Maimónedes, R. Sivak, habría construcción de identidad con lo que se come o no o con la tecnología que se usa «en un mundo globalizado en el cual se han diluido las identificaciones con ideologías, valores comunes o grandes proyectos«. (Aquí sí que aparece una paradoja importante en relación al tema de los no humanos.) En algunos casos no se busca a las redes sociales como medio, pero el problema en tal caso estaría en que es trabajoso lograr estatus social, por lo que “uno puede preferir abstenerse de modo militante del deseo de lograrlo” –continúa Ríos, ahora citando a López Ponce.
El artículo concluye con que, en definitiva, no habría nada criticable en principio, pero que puede haber conductas que dificulten la interacción social o que sean nocivas para las políticas sanitarias. Como está hablando desde la vereda antropocéntrica, no se discute la responsabilidad ante ciertas conductas que dificultan la interacción respetuosa con los otros animales y que originan lo que he llamado “un holocausto en su eterno retorno.”
Paso a lo que la nota no dice, pero da por sentado:
- Que el veganismo es sinónimo de “veganos”. Contribuye así a crear una representación social con la idea de las llamadas “tribus urbanas”.
- Que el veganismo es una elección acotada a lo personal, como lo sería no andar en auto, etc.
- Que la gente “que sí” ha construido su identidad sin condicionamientos ideológicos. Esto es: no se ve que también sería “gente que no”.
- Que se trata de problemas entre humanos, para cuya solución se requiere tolerancia por parte de la “gente que no”. Contribuye así a evitar una transformación de nuestra relación con los animales no humanos.
Si el movimiento por los derechos de los animales se entendiera simplemente como un movimiento de justicia, el veganismo sería consecuencia lógica de la gente que participa del mismo y que ni siquiera se identificaría como lo que es o no es, ni lo llevaría al ámbito público en el nivel del yo-yo. En tal caso, el movimiento mismo llevaría el sello del cambio ético que reclama mientras se ocupa de defender a los otros animales.
Pero no es la primera vez que trata de medicalizarse al movimiento abolicionista/liberacionista. Finalmente, algunos se definen por la gente que no reflexiona seriamente respecto del tema.
Habrá que considerar que tal vez parte de la responsabilidad resida en quienes al participar de este movimiento, más allá de su intención, caen en las fosas del individualismo que tan bien le viene al mantenimiento de la cosificación que hoy soportan los animales no humanos.
Notas
[1] Ríos, Sebastián, A., “Gente que no: definirnos por aquello que rechazamos”, La Nación, 20 de febrero de 2016.