Violencia episódica y violencia estructural: Biopolíticas para el animal «de compañía»

La masacre de perros ejecutada en dos ciudades de Tierra del Fuego, en Ushuaia desde hace unos años y en Río Grande recientemente, en conjunto desde el ámbito público y privado, -decreto del intendentente Jorge Martín y matanzas de estancieros emparentados con el exterminio indígena de la historia argentina-, demuestra hasta qué punto los animales son víctimas de una estructura legal que legitimiza contra ellos la violencia a partir de conceptualizarlos como cosas y, por lo tanto, de negarles la posibilidad de ser portadores de derechos básicos. Demuestra también, claramente, hasta qué punto la compasión de algunos es insuficiente en absoluto para transformar por sí sola una relación de poder perversa cuyo planteamiento ha dado en llamarse la cuestión ética del siglo que se acaba de iniciar.

Algunos protagonistas
En papel central, los Colegios de Veterinarios, que a través de una bien documentada historia siempre se han manifestado a favor de matar, dando incluso en su momento detallados consejos para el uso de la cámara de gas. Pero es entendible su postura, pues aprenden que son cosas a explotar en las materias universitarias que deben aprobar para conseguir su título. Bien se les enseña que los animales están para ser usados, para mantener vivos en la agresión del cautiverio hasta quitarles la vida de una u otra forma, para que resistan en un laboratorio la tortura, para que aguanten en la jaula la desgracia de haber nacido. Y para ser cuidados con el amor y respeto que se merecen cuando son catalogados como animales de compañía siempre y cuando tengan un tenedor responsable que los lleve al veterinario.

También como protagonistas, los funcionarios ineptos. Y los corruptos, que encuentran interesantes vertientes programáticas previas o contemporáneas a los asesinatos. Por suerte también una nueva generación, que empieza a entender que las biopolíticas protectoras de los animales también protegen a los animales humanos, entre otras cuestiones, de convertirse en robots.

Entre los actores de reparto están los reduccionistas, quienes por alguna razón prefieren creer que el asunto pasa solamente por esterilizar al animal en situación de calle para poner freno a la superpoblación de animales de compañía. Y los desesperados e ingenuos, hábilmente arrastrados por los grupos de presión bienestaristas a creer que los animales tienen derechos y que por eso salvarán sus vidas en este holocausto animal diario y universal simplemente si se esfuerzan en hacer denuncias de acuerdo a la norma anticrueldad de turno, en nuestro caso la vetusta Ley 14.346 de 1954, sancionada cuando la auténticamente ecologista teoría jurídico filosófica de los derechos animales aún no había nacido. Quienes quieren más de lo mismo siempre dicen ‘primero los niños’, porque viven en un mundo de poder y competencia. Incapaces de darse cuenta de que la vida no les pertenece. Su prédica es entonces enseñarles a los niños que matar a quienes deberíamos cuidar es moralmente aceptable. ¿Qué adultos llegarán a ser los niños con estas enseñanzas? Adultos que incluyan matar en su agencia de tenencia responsable.

En la edición final de la película se introducen otros responsables, los colaboradores periféricos, incluyendo algunos que aducen dedicarse a las pobrecitas “mascotas abandonadas”. Las matan, para que no sufran.

Pero si vamos a profundizar un poco más en la comprensión de las causas que hacen al asunto, tendremos que cuestionar en un mea culpa inquisidor y generalizado, la anestesia inculcada por la educación oficial para que el ser humano se ahogue en una individualidad egoísta, se embrutezca en la indiferencia por el sufrimiento e injusticia que le imparte a otros seres sintientes y se convierta en títere de los dueños del planeta. El poder absoluto que la humanidad ejerce sobre los animales no humanos es quizás la más despiadada faceta del poder como corruptor. ¿Qué campanas habrá que tocar para que la humanidad comprenda que las campanas están doblando por la suerte de todos los seres sintientes del planeta?

Para una transformación ecológica profunda.
El movimiento por los derechos de los animales es un movimiento social que apunta a la transformación de la relación que nos une con el resto de los seres sintientes dentro de un marco de revisión de la relación con la naturaleza en su conjunto. Actualmente el orden imperante confina los derechos morales únicamente a los seres humanos, lo que ha dado en llamarse especismo, “autoatribución exclusiva de derechos a la sola especie humana” en palabras del filosófo José Ferrater Mora.

La teoría filosófico-jurídica que asigna derechos básicos a los animales sintientes, si bien se nutre de la compasión, si bien la ofrece y reconoce, no la demanda como condición indispensable para el respeto por la vida animal no humana. Estoy hablando de la compasión entendida en su faz de emoción primaria, de esa impresión sensible que Nietszche asociaba a los débiles, rozando a la, o convirtiéndose en, sensiblería.

De esta manera entendida, la esgrimen los que en ella se reparan del miedo y que por cobardía intentan prevenir lo que a ellos también podría pasarles. Por eso siempre reaccionan cuando la víctima es un humano. El carnívoro no podrá tenerla por los cuerpos muertos que ingiere –de la gran mayoría de animales al menos-, libre del temor de terminar él o sus hijos en el plato de comida. La mujer no se angustiará ante la vidriera llena de animales muertos, pues no tiene el temor de ser recluida en una jaula para que con su piel se aprovechen otras mujeres en rejuvenecedores injertos cutáneos, por imaginar un ejemplo.

La compasión en este bajo escalón acumula otros cargos. Puede ser un casi inconsciente cálculo de beneficios futuros, hagamos hoy por ti lo que mañana tendrás que devolverme en forma de cancelación por el crédito moral que te he generado. A merced de ésta, el cálculo será capaz de enmascarar con compasión la indiferencia en pos de una futura y obligada reciprocidad.

Acusación no menos importante le cabe a la aparentemente inocente compasión, cuando se analiza un detalle sorprendente: el punto de superioridad desde el que se planta el que compadece. Así entonces, qué maravillosos seres humanos son quienes se ocupan de asistir a los pobrecitos animalitos, esos que están en esa situación porque hay gente mala mala mala y no porque la sociedad en su conjunto tolera someterlos a la tortura y la muerte y los humilla decretando su condición de recursos y poniendo sus cuerpos y su vida entera a total disposición de sus designios. El compadecido recibe la dádiva –algo es algo- acuciado por una necesidad que no le permite salvaguardar el orgullo, pero bien que le alcanza la humillación de recibir por compasión lo que merece por derecho propio y justa medida. Por suerte niños y animales son muy chiquititos para darse cuenta.

Para completar los cargos, esta compasión emocional –por llamarla de alguna manera- recubre de gratificación personal a quien la esgrime, al ser la dación del salvamento de Otro, regalando el sabor de una cierta magnanimidad adquirida por su ejercicio. El llamado “complejo de héroe”, en expresión de un amigo personal. Que no falten entonces los miserables y pobrecitos a quienes compadecer y salvar, porque de otra manera no podrán alcanzar el reino de los cielos.

El movimiento social por los derechos animales puede iniciarse en esta compasión primaria nacida de una sensibilidad elemental, pero, superándola, se instala en una razón de verdadera justicia, donde la compasión adquiere en todo caso los ribetes de virtud. Porque hay algo que es claro: quien es un objeto legalmente considerado, es propiedad de otro y no puede entonces tener ningún derecho en el orden jurídico vigente. No hay compasión que salve al animal cosificado, pues las cosas no tienen ningún derecho en cualquier ordenamiento jurídico que consagre el derecho de propiedad sobre las cosas. Los esclavos humanos eran cosas, y los que alzaban su voz para protegerlos reclamaban cuatro azotes por vez en lugar de cinco, pero quedaba claro que no cuestionaban su lugar de cosas, recursos al servicio de los blancos.

El problema es, como puede entenderse, muy de fondo. Y sus colores son los de la esclavitud. Se somete y daña a los animales por elección, no por necesidad. Este es el inicio del asunto. Si no tratamos los temas que con ellos se relaciona con vías a extender el círculo de nuestras consideraciones éticas a todos los seres sintientes, estaremos banalizando el mal que les hacemos y consagrando la continuación de su esclavitud.

Publicado en la Edición Digital 2402-Diario La Union -www.launion.com.ar
11 de Septiembre de 2003

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