Violencia episódica y violencia estructural: el oculto holocausto de cada día

Valgan estas líneas a título de preliminares, para un análisis que, por lo exigente de sus multifacéticas aristas, llevaría a la necesidad mínima de un extenso ensayo. Voy a referirme a la matanza de las vacas transportadas por un camión de la empresa Swift que volcó, perpetrada por un grupo de rosarinos, después de la autorización otorgada por el propietario y la policía del lugar. Las imágenes televisivas del 25 de marzo pasado generaron millones de testigos que tuvieron obligatoriamente que relacionar a las víctimas asesinadas con los trozos descuartizados e indiferenciados devorados en la elección carnívora de cada día.

A veces ocurren hechos emblemáticos que ahorran horas de discurso o de análisis socio político. Pero a veces ocurren otros como éste que, aunque impresionantes por su espectacularidad, no sirven para revelar per se el eje de la cuestión. En el horror que manifestó la gente en general -y animalistas y ecologistas no vegetarianos en particular- hay unos cuantos horrores diferentes. Las imágenes televisivas recorrieron el mundo despertando rechazo y compasión, pero el común sentimiento general apenas rozó la piedad y la justicia que debería llegar a los animales en razón del principio de igual consideración de intereses, asentándose más bien en el espanto por lo cruel y despiadado de las escenas, lo que no hace más que despertar una triste sonrisa irónica: ¿Qué piensan que ocurriría poco después con esos animales no humanos, de haber podido el camión que volcó llegar al fin de su trayecto, el matadero? Tal vez con algún aditamento, «para que no sufran tanto» , y teniendo en cuenta las necesarias normas de higiene. El amasamiento de estómago, cultura y naturaleza puede hornear muchos panes, pero el pan que produce es amargo, violento y contaminante cuando la economía se sostiene con la crianza de animales para comida. Acuchillar animales, como con pericia hicieron estas personas, constituye de hecho uno de los asentamientos básicos del especismo institucionalizado y el origen de, aproximadamente y con algunas variantes según los países, el 99% de la «eutanasia» animal. El oculto holocausto de cada día. Ni empezar a hablar del sufrimiento que soportan durante sus vidas.

Respecto del debate socio económico, no hace falta insistir en la relación entre pobreza y distribución de los recursos. Por eso la extensión de las consideraciones éticas a los animales es perfectamente compatible con una sociedad sin hambre. En esta Argentina en crisis están pasando toneladas de alimentos hacia el exterior, de acuerdo a las conveniencias económicas que ha establecido el aumento del dólar. Durante el 2002 se calcula que se producirán unos 99 millones de toneladas de alimentos básicos, que alcanzarían para alimentar a una cantidad de personas diez veces mayor que la que hoy puebla Argentina. Los precios están aumentando porque se venden al precio de exportación, que se ha triplicado, tornándose prohibitivos para un poder adquisitivo en baja. Ya en julio del 2000, escribía Ana Baron que: «De acuerdo con un estudio de la CEPAL, más del 36 por ciento de los hogares latinoamericanos, es decir 220 millones de personas, vivían en la pobreza a principios de este año» y que «En países como la Argentina, que aplicaron las recetas del Fondo con gran ortodoxia, el 37% de la población urbana, es decir 12 millones de personas, es pobre…» [Clarín, 16 de julio de 2000]. La situación ha empeorado notablemente.

En cuanto a matar en forma directa, valga mencionar la presencia de desocupados y no desocupados provenientes de la industria cárnica de la zona, muy acostumbrados a la tarea, aunque en el caso tal vez menos estresante, dado que no es lo mismo matar por dinero que sentirse un poco cazador de tribu salvaje. ¿Quién dijo que el hombre es bueno por naturaleza? Se enseña a matar, empezando por el animal, pues no se corre el peligro de que se organicen para una rebelión. ¿Quién dijo que el resentimiento no genera violencia si sos bueno? Las pasiones latentes suelen desenvainarse para clavar el cuchillo que en otro medio cultural sólo habrían podido desparramar flechas de palabras. La agresividad está en todos. La violencia contra los demás sólo en algunos. Y cuando a la calidad de víctima se une la calidad de inocente, penosa hipoteca de culpa se vuelca sobre los victimarios.

Y es que desde lo ético la cuestión abruma. Criar para matar, cocinar y comer el cuerpo de otros animales constituye quizás el sello de autenticación del antropocentrismo que aplasta a los animales no humanos para ponerlos al servicio de la especie humana. El contexto cultural arma la falsa conexión entre fuerza, agresión, estatus y la ingesta de carne. Y se disfraza entonces el hecho básico, que remitiría a otras palabras: asesinato, caballos, desangramiento, lechoncitos, carnicería, objetivación, dolor, terneros. En términos de Charles Patterson, una Treblinka Eterna.

Quienes formamos parte de asociaciones animalistas por los derechos animales sabemos que no habrá respeto por los animales mientras se los siga considerando recursos. Sea vaca, perro, caballo, ballena o conejo. No se trata de ser «amantes de los animales». Mas allá de la presencia de lo sentimental en un individuo concreto, repito y repetiré que la lucha por los derechos animales es una cuestión de justicia.

 

Puede verse la noticia sobre los hechos en el diario La Nación del 25 de marzo de 2002-www.lanacion.com.ar

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